Archivo diario: 24 abril, 2013

El difícil arte de matar

Las calles se están poniendo peligrosas para la democracia. Tiene que ver con la crisis y sus desahucios pero también con la primavera, que caldea los ánimos. Con el calor uno puede salir a escrachar o a rodear el Congreso con el vademécum de Hessel en una mano y la petaca de vermú en la otra sin dejar en ningún momento de luchar por la democracia.

Sucede que la democracia es a la calle lo que la gastronomía al canibalismo, y esto lo entendía muy bien la picaresca castiza que hubo de acuñar el tópico de la «universidad de la calle» para distinguirla de la universidad de los libros, distinción que ahora ha complicado muchísimo el Plan Bolonia, cuya bibliofobia termina por devolver a la rúa a los estudiantes tan ayunos de gramática como los canis de cuello vuelto, solo que después. De esa universidad callejera van graduándose al sol de abril los primeros licenciados en totalitarismo de primer ciclo como los que el otro día enviaron una carta con bala a Javier Arenas. Lo noticioso es que el sobre, en vez de incluir la bala sin más, que por sí sola resulta un mensaje tan elocuente como los peces de Luca Brasi, incluía una carta plagada de anacolutos, solecismos, mugidos y amenazas construidas con sintaxis de nominación de Gran Hermano. Esto es una redundancia semiótica en la que el terrorista de antaño no habría incurrido jamás, pues la concisión siempre fue virtud del mafioso elegante.

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24 abril, 2013 · 17:32

Qué escándalo, aquí se lee

A riesgo de que Hughes nos llame cursis, con razón, llevamos gastados 80 pavos que no tengo en libros, libros de papel, adquiridos con toda la intención escandalosa de leerlos, que sería la manera de conjurar la cursilería en favor de una elegante soledad. Reconozco que comprar libros todavía no constituye una lacra social equiparable a no tener móvil, pero todo llegará.

Viejo prematuro, uno compra libros ya sólo en librerías de lance, en los tres o cuatro paraísos analógicos y anacrónicos diseminados por mi Barrio de las Letras, donde tienen a los autores que me interesan, que son los que están muertos, normalmente asesinados o muertos por propia mano, pero en cualquier caso incapaces de aprobar el mundo actual. En los últimos días he adquirido una rareza de Borges, el vitriolo literario del maligno Alberto Guillén que me recomendó Ignacio Ruiz Quintano, los cuentos futbolísticos de Fontanarrosa que me aconsejó Gistau y un ejemplar de las Vidas de muertos de Anzoátegui con el que vengo a subrayar la antecitada necrofilia de mis anaqueles.

Borges. El ciego en su paraíso.

Borges. El ciego en su paraíso.

La Revista de Libros, que tiene la generosidad de contar con mis servicios de crítico literario -que es para lo que estudié, en puridad-, publica aquí sus recomendaciones librescas, entre las que yo propongo un ensayo contra la epidemia tertuliana y unos relatos del punzante O’Henry, por si ustedes también gustan de escandalizar al personal.

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