Él le gritó «¡que te vote Txapote!» y Pedro respondió «ya me ha votado». Así empezó su idilio a primera vista, una amistad instintiva bajo los ropajes equívocos del odio.
La escena sucedió en la playa. El presidente, sintiéndose al fin legitimado por las urnas -con la legitimidad que solo da quedar segundo-, se atrevió a salir a la calle, a pasear por los alrededores del palacete estival, a echarse una carrerita matutina por la arena flanqueado únicamente por cuatro guardaespaldas. Pero ninguno de los cuatro pudo evitar que un chaval que sesteaba al sol sobre su toalla se incorporara como un resorte al verle pasar y prorrumpiera en el famoso ripio.