Archivo de la etiqueta: Montoreando

Ahora vas y lo invistes

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Maestro y discípulo.

Todos los estudiosos del sanchismo sabemos que el sanchismo no es una categoría fija. Puesto que Sánchez es un significante vacío, un donut de ambición -la nada contorneada por el azúcar-, sus movimientos se acomodan a la mudanza de las circunstancias; lo único importante es que el maniquí se almacene cada noche en La Moncloa. En estos momentos, por ejemplo, el sanchismo es una mezcla de la abulia de Rajoy y el cinismo de Zapatero.

Del primero ha adoptado la renuncia al trabajoso deber de gobernar, que se ha puesto imposible desde que hay tanto partido pidiendo cosas, así que se conforma con durar en funciones y prorrogar el último presupuesto de Montoro, a quien tengo pendiente preguntar qué se siente gobernando España después de muerto. De Zapatero hereda Sánchez el desprecio a la concordia del 78 camuflado de diálogo sonriente. Hace falta tener un estómago de hierro para sonreír como sonríe Zapatero tragando lo que traga Zapatero. El mismo que se reunió con Otegi en septiembre para recordar con nostalgia aquellas negociaciones de caserío; el mismo que aceptó incluir en ellas la baza de Navarra; el mismo que arruinó el país, después arruinó su credibilidad y ahora está terminando de arruinar Venezuela, todo sin dejar de sonreír. Uno escruta los ojos de Zapatero, esa glauca fijeza almohadillada de insomnio, y recuerda la sentencia en bronce de Pla: «Cuando les das el poder a los virtuosos, todo el mundo se muere de hambre».

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26 junio, 2019 · 11:08

Mutuo Apoyo Romántico

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Industria del espectáculo.

Nos gusta hablar de Podemos: las cosas como son. A unos porque lo odian, a otros porque lo aman y a la mayoría porque lleva toda la vida consumiendo telerrealidad y reconoce el adictivo patrón del género en ese partido al que tanto le está costando convertirse en un partido. Pues nació más bien como mercancía de la industria del espectáculo, placeada en las calles y en los platós como cualquier compañía de teatro. Su padre no es Marx ni Laclau sino Guy Debord, que profetizó la nueva edad del capitalismo en que ya no compraríamos productos sino experiencias. Y la de revolucionario se vende como ninguna en las plácidas democracias occidentales.

Hablamos de Podemos y cuando lo hacemos llamamos Pablo a Iglesias, Íñigo a Errejón y Tania a… Tania, pero no se nos ocurre llamar Mariano a Rajoy, y mucho menos Cristóbal a Montoro. Las confianzas en la civilización del espectáculo nos las tomamos con aquellos personajes de ficción que sentimos más cercanos; pero Montoro no es ficticio, como modestamente creo haber demostrado esta semana. Los dirigentes de Podemos favorecían esas familiaridades con su retórica eclesial, subgénero scout, ya desmentida por dichos y actos que son tan descarnados como los de cualquier político en lucha por el poder. Hay fans del serial lila descubriendo ahora que los partidos no son asambleas, que en las ruedas de prensa no siempre se puede sonreír, que las listas se terminan confeccionando en una habitación cerrada, que al enemigo ni agua y a la exnovia ni una comisión parlamentaria y que todo esto no es nada personal: solo negocios. El negocio de la representación en la política mediática de nuestro tiempo, que presta servicio incesante como las farmacias de guardia y las opiniones en las redes.

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El bueno (las víctimas de ETA), el feo (Montoro) y el malo (Carolina Bescansa) en La Linterna de COPE

Eché un rato muy agradable (y muy sincero) en esta entrevista con los jóvenes colegas de Periodismo del CEU

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22 abril, 2018 · 12:03

Montoro en Maratón

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El conseller de Hacienda.

Que nadie imagine un desliz de Cristóbal Montoro del que ahora se arrepiente. Que nadie crea que se ha dejado llevar por ese deseo reprimido de propia reivindicación que le tienta cuando ve cómo los aplausos, si los hay, son siempre para los demás, mientras los palos los recibe en régimen de monopolio. Todo lo que está pasando él ya lo había calculado antes de que el lunes EL MUNDO abriera en portada con la entrevista que le ha valido el requerimiento del juez Llarena.

Montoro es un hombre que habla mucho pero que calla mucho más. Quizá le cuadre el apelativo marianista de parlanchín, pero le sobra experiencia para calcular los efectos de sus palabras. Incluidos los efectos judiciales. Por eso mismo no se prodiga en los medios. Debe de ser el único ministro que todavía no ha ido a la televisión a bailar o a poner la cara para que se la partan, que es para lo que sirve sobre todo un político de nuestro tiempo. Ahora bien, cuando Montoro concede una entrevista, es porque quiere transmitir un mensaje. Ya puede uno insistir, que sólo recibirá la ansiada citación en la calle Alcalá cuando él lo tenga decidido. A partir de ese momento uno se limita a escuchar, atónito por momentos, y luego se abalanza sobre el ordenador con el mismo espíritu con que Filípides salió corriendo de Maratón.

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19 abril, 2018 · 16:14

Cristóbal Montoro: «Acepto que al PP le pasa algo, pero su problema no es Rajoy»

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El poder desgasta… al que no lo tiene.

Dicen que la austeridad ha muerto, que la recuperación habita entre nosotros. Que las arcas públicas rebosan como los pantanos, listas para el jubiloso trasvase de dinero público. «Éste es precisamente el momento de mayor peligro», advierte Cristóbal Montoro (Jaén, 1950) desde su despacho de la histórica sede de Hacienda en la calle Alcalá, donde ha pasado tantos años que ya no mira los cuadros: son los cuadros los que le miran a él. Ninguno de aquellos ilustres mostachudos alcanzó a elaborar 15 presupuestos generales del Estado. Vigila su espalda -como la del Rey en Zarzuela- un retrato de Carlos III. Sobre su mesa reposan una tableta, un abrecartas y el último número de The Economist. Montoro se ha cambiado de despacho porque en el suyo están de reformas. Por fin hay dinero para remozar la fachada.

«Estamos viviendo el mejor momento económico de nuestra historia. Con tres años más por este camino nos pondríamos a la cabeza del mundo. Nunca la empresa española había llegado hasta este grado de internacionalización, por ejemplo. ¿Cuál es el riesgo? ¿Qué puede estropearlo todo?». Aquí hace una pausa y esboza su famosa sonrisa de malo de cómic: «¡La política!»

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16 abril, 2018 · 9:04

La inmersión aprieta, y además ahoga

Sesión de control al Gobierno

Perfil alto.

El Congreso no legisla porque sus señorías están demasiado ocupadas instando a legislar. Pero esa es costumbre muy añeja, no puede decirse que importune a don Mariano. Por eso sorprendió su tono de este miércoles, más desabrido que de ordinario. Hubo dos momentos en la sesión de control en que no reconocimos al Rajoy flemático cuyo aliento hiela los problemas cuando se los arroja a la cara la oposición. Primero un casi cordial Pablo Iglesias le recordó muy pertinentemente que la Constitución obliga al Gobierno a someter las cuentas del Estado a debate en la sede de la soberanía, pero Rajoy le espetó: «Déjeme a mí hacer presupuestos y usted dedíquese a otras cosas». Nadie que aprecie su patrimonio le entregaría a Iglesias la gestión de su contabilidad, pero ese no es su estilo, presidente. Tampoco lo es la prepotencia con que acalló la atinada pregunta sobre el menguante poder adquisitivo de las pensiones de Íñigo Alli, que topó con este desplante olímpico: «Todos compartimos sus buenas intenciones, pero yo tengo que gobernar». Nadie lo diría mirando el BOE. ¿Qué fue de la exitosa saga del orador celta y la retranca perdida? A ver si, como le vino a decir Margarita Robles, está empezando a tomar conciencia de que ya tiene todo el pasado por delante.

Pero fuera de Rajoy, la diana de los zascas -iba a poner venablos, pero qué quieren- la sujetaron por turnos Catalá, Montoro y Méndez de Vigo. El ministro de Justicia se destapó con una fogosidad muy ajena a sus burocráticas hechuras. La culpa fue primero de Artemi Rallo (PSOE), que se desgañitó llamando «integrista y homófoba» a María Elósegui con tanta saña que al cuarto alarido ya estábamos todos completamente seguros de que María Elósegui es una bellísima persona. No quieren a Luis de Guindos porque no es mujer, pero tampoco quieren a Elósegui porque no es de izquierdas ni tampoco a Elena Valenciano porque no es sanchista. Sobre lo que quiere este PSOE se podrían rodar los más enigmáticos anuncios de compresas. Catalá perdió luego los papeles en Irán y en Venezuela cuando Errejón le hizo una observación exacta y bastante comedida sobre la corrupción: que la crónica de esta legislatura discurra eminentemente por el género de tribunales lastra toda la iniciativa política del Gobierno. Por cierto que De Guindos protagonizó un desaire cómico en los pasillos, donde se colocó a la espera de que le hicieran caso los periodistas, arremolinados en torno a Albert Rivera. La escena medía con precisión la actual cotización mediática de PP y Cs: un canutazo del próximo vicepresidente del BCE interesa bastante menos que la guerra abierta entre azules y naranjas.

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21 febrero, 2018 · 14:19

No estaba muerta, no, no

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Herederos del 78.

El constitucionalismo corre el peligro de parecerse al columnismo según Umbral: el de llevar todos los días flores a su propia tumba. Cada 6 de diciembre nuestros representantes depositan flores al pie de la Constitución, sin reparar en la fúnebre resonancia de su ofrenda, aunque enseguida debemos añadir que ¡todavía! se llevan flores a las mujeres de las que uno se enamora. Eros o Thanatos: he aquí el dilema afectivo de la reforma constitucional. El muerto insigne del constitucionalismo ha sido este año don Manuel Marín, a quien ahora aman todos los compañeros que hace no mucho lo enterraban en críticas. Susana Díaz compareció de negro luctuoso para encarecer su ejemplo -«manchego, español, europeo»- y para pedir una reforma igualitaria de la financiación autonómica, que fue la verdadera protagonista de los corrillos, muy por encima de la constitucional. Entre la identidad y el dinero, los barones lo tienen claro. Lo cual nos hace dudar de que sean cosas diferentes. Uno es lo que da y lo que recibe, como ya sospecharon los fenicios. «Nosotros vamos a coincidir antes con Feijóo o con Juan Vicente que con algunos de nuestro partido», me confesaron los socialistas manchegos con impecable criterio liberal. Porque los derechos, los servicios públicos, son de las personas, que luego van y votan.

Para conjurar el riesgo narcisista y necrófilo de homenajear un texto difunto, Ana Pastor introdujo una astuta cita nada menos que de Cambó en su discurso: «España es una cosa viva, una sustancia». De la cual los nacionalismos serían los accidentes, en pura lógica aristotélica. Yo miraba a Alfonso Guerra, que fue quien puso palabras a aquello que allí nos congregaba, cabeceando discretamente en una esquina. Pastor, flanqueada por maceros -uno de los cuales parecía dirigir un partido de tenis con la mirada, a modo de ojo de halcón institucional-, desgranaba la exitosa transformación de España a lo largo de los últimos 40 años, incurriendo en ese lenguaje como de editorial viejuno sobre el consenso que nos hemos dado y el que todavía nos vamos a dar. Rajoy, siempre pragmático pese a su nebulosa reputación retórica, lo había expresado antes bajo la carpa del patio: «En este tiempo la renta per cápita de cada español se ha duplicado». O sea, cada español es hoy la mitad de pobre o el doble de rico que en 1978. Después de eso, si somos honestos, no habría que desperdiciar una sola palabra más en el examen de la Transición.

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7 diciembre, 2017 · 11:39

Bajo el peso de la gran boina

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Baldoví, un valenciano desesperado por Montoro.

Amaneció el Congreso de los Diputados bajo una boina gigantesca, pero no era atmosférica sino foral. Era la gran txapela del Cupo vasco, que sigue cubriendo los cráneos privilegiados del septentrión peninsular exactamente como en tiempos de Cánovas. La boina de polución que tizna el cielo de Madrid es más reciente, pero me temo que los madrileños respiraremos oxígeno hiperbárico, como Raúl en aquella cabina donde dormía para estirar su carrera, antes de que los vascos o los navarros renuncien a su derecho a ser superiores. Porque, efectivamente, el privilegio vasco-navarro es el único supremacismo consagrado expresamente por la Constitución. Qué le vamos a hacer, dirán los padres patrios, si en aquellos años ETA ponía cien muertos al año encima de la mesa de negociación.

Amenábar estará lamentando que Aitor Esteban haya destripado el suspense de la lotería de este año: ya sabemos todos que el gordo -1.400 millones de euros- ha caído íntegro en Euskadi. Las cámaras habrá que mandarlas a los batzokis, donde ya están festejando que podrán tapar agujeros del tamaño de una galaxia, que por otra parte es la medida común en el mismo Bilbao. Sin embargo, Esteban se cuidó de mentar el asunto y preguntó por la ley de secretos oficiales a cuenta del Piolín. A Rajoy le faltaron reflejos para contestar: «Pero Aitor, qué secretos vamos a tener entre nosotros, ladrón».

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22 noviembre, 2017 · 20:19

Un elefante en el hemiciclo

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En los escaños vacíos se sienta el 155.

Sabemos que el compromiso en nuestro tiempo se expresa a través de lacitos. Los diputados indepes han elegido el amarillo porque el resto de la paleta ya está pillada, de modo que han de poner mucho cuidado al elegir por la mañana el lacito adecuado, no vaya a ser que pretendan exigir la libertad de los Jordis y acaben protestando contra el cáncer de mama. Si los androides sueñan con ovejas eléctricas, los cronistas ya soñamos con diputados cromáticos que no tengan que hablar, sino solo exhibir camisetas o blandir símbolos en cámaras perfectamente demudadas. Es cierto que ya no lo podremos llamar democracia parlamentaria, pero a cambio bajarán los niveles de contaminación acústica y alargaremos la vida de las sufridas taquígrafas, cuyo puesto ocuparán señaleros aeroportuarios. A los daltónicos se les negará el derecho al sufragio pasivo para prevenir el transfuguismo.

Ahora bien: ni siquiera entonces auguro sesiones pacíficas. El caso candente de la camiseta de Adidas demuestra que los españoles, a falta de palabras, somos muy capaces de discutir en colores. Nadie negará, por ejemplo, que al lazo de Rufián le conviene el amarillo chillón.

Hay un elefante blanco en el hemiciclo marcado como una res con el número 155. Sus señorías no evitan referirse a él, de hecho lo hacen continuamente, pero más bien habituadas a su imponente presencia, pues tampoco llegan noticias de que el polémico paquidermo haya entrado en Cataluña como en una cacharrería sino con un tacto felino. Tanto, que Albert Rivera no comprendía cómo una huelga sin seguimiento reseñable consiguió bloquear los accesos al área metropolitana de Barcelona por la sencilla razón de que el Gobierno interventor de Cataluña no quiere fabricar más ganadores de concursos de fotografía bélica de andar por casa como fabricó el 1 de octubre. Así que nuestro elefante es más retórico que verdaderamente agresivo. La pregunta iba dirigida a la vicepresidenta, pero tuvo que hacérsela a Montoro porque Soraya selecciona muy bien las batallas que libra: aquellas que puede ganar con comodidad, normalmente contra portavoces de Podemos. Ayer abusó de un Domènech presa de las contradicciones que el CIS delata, con las maletas ya hechas para unirse a Colau.

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8 noviembre, 2017 · 17:55