
En plena polémica por la ley de vivienda tres búhos reales han venido a instalarse en El Retiro, una de las zonas más exclusivas de la capital. Los ornitólogos no salen de su asombro: en el parque no se había visto nada tan salvaje desde que el conde-duque de Olivares montaba allí naumaquias y peleas entre osos y jabalíes para solaz de Felipe IV. Una pareja joven y un segundo macho en busca de novia -nos pide el Pacma que no seamos especistas- vigilan ahora desde su rama las zancadas de los runners, los selfis maquinales del turisteo y el furtivo comercio de los trapichas de costo. El CSIC ya está analizando las egagrópilas -el regurgitado de las presas digeridas- para despejar el enigma: qué ha llevado a la más majestuosa y esquiva de las rapaces nocturnas a cambiar un cazadero de reyes como El Pardo por el bullicio urbano más celebrado de Europa. ¿Seguirá allí cuando escuche y vea, con sus penachos altivos y su fijeza de ámbar, cómo la calle de Menéndez Pelayo va siendo tomada por terracistas en chanclas que pulsan contra el asfalto el morse de la vulgaridad?