
Este año electoral cierra definitivamente el ciclo político abierto por el 15-M, cuyo epígono decolorado ha sido Sánchez: empezó anaranjándose y acabó poniéndose morado. Aquella crisis de representación empuñó la bandera regeneracionista por las dos vías clásicas: la revolucionaria de Podemos y la reformista de Cs. Pero mientras que el nuevo marxismo proclamó que lo personal es político y elevó a la agenda legislativa su concreta circunstancia -desde la compra de un chalé caro hasta la visita al psiquiatra, pasando por las preferencias sexuales o el rencor hacia una estrella de la tele-, el nuevo liberalismo se esforzaba por defender el higiénico muro que desde Constant separa la esfera personal de la pública. Claro que para extrañar tu vida de antes ayuda mucho haber tenido una: una familia fuera de la política, un oficio fuera de la política, alguna inocente afición fuera de la política. No era el caso de los dirigentes de Podemos.