Después de la comba, que Gistau sustituía por una carrerita desganada alrededor del gimnasio, el primer ejercicio que nos hacía practicar Jero era la esquiva. Me emparejaba con David y cada uno soltaba diez veces la mano -izquierda, derecha, uno, dos- hacia la cabeza del otro, que debía agacharse a tiempo para emerger de nuevo lo más rápido posible, listo para contragolpear.
Que el centrismo de Feijóo va en serio la izquierda lo empieza a comprender más tarde, pero hay una derecha que ya se ha enterado. Y está reaccionando con ademanes de cólera elocuente. ¿Por qué cabrea tanto al voxero la cara de moderación de Borja Sémper? ¿Por qué le ofende que Feijóo aleje al PP de las posiciones más conservadoras en lo moral y compita con el PSOE en la captura de banderas sociales y en la reivindicación del feminismo y la sostenibilidad? El voxero debería celebrar esta deriva liberal del PP a poco que se detuviera a analizarla; primero porque la única posibilidad de que Vox pinte algo en el futuro de España exige que pueda sumar con un PP crecido por atracción de voto de su izquierda; y segundo porque la ocupación popular del centro preserva el coto de caza de Abascal como reserva espiritual de lo muy español. Donde hace daño la estrategia moderada de Génova es en Ferraz, cuya oferta política se ha escorado sin remedio de la mano radical de Podemos, ERC y Bildu. Sin embargo, estos razonamientos demasiado cerebrales ceden ante los estallidos de desprecio o las acusaciones de tibieza que en la derecha más aguerrida despierta el nuevo PP. Y quizá ni Vox ni el PP estén interpretando esa emoción ciudadana como lo que es: un piropo invertido.
Ningún partido ofrece una muerte hermosa igual que ninguna estrella se va bien del Real Madrid. Un astro del fútbol difícilmente asume que esté apagándose, así que no acepta la suplencia, y un partido se funda para aspirar al poder, así que no sabe gestionar la irrelevancia. El destino fue innecesariamente cruel con Cs; tanto que nació un pujante género periodístico: columnas y tertulias se petaron de forenses que apuntaban causas contradictorias del óbito naranja: el no a Sánchez en junio, el sí a Sánchez en septiembre, el narcisismo de Rivera, el absentismo de Rivera, el cálculo de Ortuzar, el cálculo de Iván Redondo, el pulgar hacia arriba del Ibex, el pulgar hacia abajo del Ibex. Esta fiebre pericial desbordó los márgenes del oficio y alcanzó a bares, metro, canchas de petanca; nadie entiende que Iker Jiménez no haya dedicado una temporada a la caída de Cs. Yo considero ya inútil buscar explicaciones. La actitud más científica exige asumir la volubilidad del votante humano, y concretamente español, como si fuera el Dios de Job: binario y caprichoso, papanatas y tradicional, capaz de transigir con delitos y de ajusticiar por errores.
Quedan pocos diputados constituyentes tan activos como el que fuera ministro de Exteriores de Rajoy, que le atribuyó un ego «estratosférico». Defiende en la radio el legado constitucional frente a Pablo Iglesias, pero no es un inmovilista: tiene un plan para reeditar el pacto de la Transición, que cree que debe liderar Feijóo para capear otro fracaso histórico cuyos precedentes analiza en España en su laberinto (Almuzara)
Usted fue diputado constituyente. Hoy comparte tertulia con Pablo Iglesias, que cree que ustedes diseñaron una continuación del franquismo.
No solo Iglesias. En La Transición explicada a nuestros padres, Juan Carlos Monedero sostiene que la Transición fue un movimiento de adaptación del ordenamiento del Estado sin modificarlo para permitir la entrada en la Unión Europea, que era el fin perseguido por los intereses financieros sin alterar las esencias del régimen, bajo la vigilancia del Ejército. Eso es rigurosamente falso, y es desmerecer el proceso constitucional. En el momento de la muerte de Franco aquí no había absolutamente nada: había unas Cortes de procuradores que no representaban a nadie, una Cámara del Consejo Nacional del Movimiento -que era el partido único-, no había organizaciones empresariales ni sindicales reales, el poder local estaba en manos de alcaldes designados por los gobernadores civiles. No se había previsto nada y había que improvisar un nuevo sistema institucional. Estábamos sufriendo la crisis del petróleo, con una inflación galopante. Y para colmo ETA mataba más que nunca, y ciertamente había resistencias al cambio en una parte de las Fuerzas Armadas. Así que la situación era mucho más compleja de lo que algunos cuentan.
Dice Daniel Kahneman que la forma más fácil de alterar el comportamiento de las personas es alterar su ambiente. Pongamos que un presidente del Gobierno que va a la baja en las encuestas tiene un año para remontar, o al menos para no perder tantos votos que su reelección se vuelva aritméticamente imposible. Pongamos que ese presidente acaba de recibir tarjeta amarilla del árbitro constitucional por una fea entrada de su partido en el Parlamento. Pongamos en fin que este político en apuros debe su puesto a un puñado de delincuentes, a los que a cambio ofrece impunidad despenalizando los delitos por los que fueron condenados, mientras 114 violadores y pederastas han sido de momento beneficiados por otra reforma garrafal. ¿Cómo puede aspirar este político a que le voten en masa?
El 21 de julio de 2018 escribí que Pablo Casado había sido capaz de «levantar en mes y medio un liderazgo propio». Ese mes y medio era el tiempo transcurrido entre la traumática moción que desalojó a Rajoy de La Moncloa yel arranque de un proceso de primarias sin precedentes en el PP. Apurando el cáliz de la humildad confesaré que la columna llevaba por título El parto de un líder. Los hechos han demostrado que me equivoqué con estrépito, y es justo reconocerlo en este purgatorio de vanidades que ha ideado brillantemente Leyre Iglesias para atormentar el ego del columnista y expiar antiguos pecados de opinión, desatinos atropellados bajo la rueda de la actualidad y velados piadosamente por el olvido.
De vez en cuando hay que derribar la cuarta pared, esa que separa al público del espectáculo, para que todos nos divirtamos por igual. Así que les voy a contar algunos trucos de este show de magia verbenera que llamamos política española.
En la tarde de este martes se celebraba un cara a cara entre Sánchez y Feijóo en el Senado. El encuentro venía precedido por las dos semanas más garrafales del Gobierno de coalición, que venía de encadenar la masacre opaca en la frontera con Marruecos, las dudas de Europa sobre el impuesto populista a la banca, el borrado del delito de sedición a demanda de los sediciosos, la coqueta distinción entre malversación buena y malversación mala como paso previo a su modificación y, sobre todo, la cascada de rebajas penales a decenas de violadores directamente beneficiados por una ley chapucera, seguida de una campaña peronista contra los jueces.
El estornino (Sturnus vulgaris) es un ave gregaria de gran éxito adaptativo cuya capacidad para reproducir los sonidos que percibe en su entorno ha fascinado durante siglos a poetas y politólogos. En invierno forma enormes bandadas que se contraen o se expanden al unísono como movidos por un argumentario instantáneo. Si la gaviota es el símbolo del PP, de estómago inescrupuloso y costumbres más bien anárquicas, el estornino se antoja socialista por necesidad y específicamente sanchista por vocación, pues sus cambios de dirección en pleno vuelo resultan tan drásticos como incoherentes. Ahora bien, el verdadero talento del estornino consiste en la mímesis fonética, en la devolución aumentada del ruido que recoge mientras zigzaguea sin rumbo con el objetivo de desorientar tanto a sus presas (los votantes) como a sus depredadores (la oposición). Todo esfuerzo de pensamiento crítico queda anulado bajo el chillido unánime de los estorninos, y ese es precisamente su propósito.