
A este cronista le dijo una vez Pedro J. Ramírez: «Federico cree que la izquierda es mala y que la derecha es tonta». A esa conclusión solo se llega después de militar en ambas y conocerlas a fondo. En El retorno de la derecha -pronto best seller- la voz más influyente de la derecha española desde la Transición repasa las siglas de la no izquierda -UCD, AP, PP, UPyD, Cs, Vox- para constatar su adecuación o su traición a los principios inmutables de su base social, que hoy espera ganar la batalla contra el sanchismo.
Afirmas que todos los problemas de la derecha se resumen en que los representantes no se reconocen en los representados y viceversa. ¿No pasa lo mismo en la izquierda?
No, porque la derecha ha cambiado hasta nueve veces de partido. La izquierda tiene al PSOE y a los comunistas. El bloque numérico de la derecha social no ha cambiado: son 10, 11 millones desde la Transición. ¿Qué es lo que cambia? La derecha no cree en la política profesional. Cree en la familia, la nación, la propiedad, la Historia de España, la religión o al menos la tradición religiosa, cosas más de sociedad civil que política. Pero tiene una idea instrumental de los partidos. El problema es que en la derecha se instala una negación de su pasado, que no viene del alzamiento de Franco sino de antes: del sectarismo republicano. Las raíces de la derecha están en aquella vivencia traumática, y en cómo luego los mataban por ir a misa o les quitaban lo que habían heredado de sus padres. ¿Cómo no va a tener derecho a existir y a gobernar media España? Y esa injusticia, convertida en terror ya en la guerra, explica que la derecha se entregara a Franco. Dicen, vamos a dedicarnos a la familia, a lo nuestro, a rehacer nuestra propiedad, se casan con los del otro bando, reanudan la vida fuera de la política. En ese sentido Franco les viene bien, pero al mismo tiempo que salva al enfermo lo escayola. Y cuando al escayolado le quitan la escayola en democracia, no puede andar.