Mucho indepe se ha quedado en casa, feliz deserción. Para que la cordura triunfe solo hace falta que los locos no hagan nada. ¿Saldrá ahora definitivamente del manicomio Cataluña, contribuyendo así a la salud mental de toda la nación? La respuesta está flotando en el aire que rodea la montura de las gafas de pasta de don Salvador Illa.
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Yo me acuso
El presidente tiene razón y por fin me he dado cuenta. No ha habido político, de Mandela a Miguel Ángel Blanco, que haya sufrido tanto como él. A punto ha estado de quebrarse, y de quebrarse con él nuestra democracia. Es la hora de buscar culpables, es la hora del escarmiento ejemplar y las listas de disidentes, es la hora de confesar mi abyecta militancia entre los seudoperiodistas. Llevo años atacándole sin medida, burlándome de su liderazgo providencial llevado por la nostalgia de Franco (mucho menos providencial), el negacionismo climático y la masculinidad tóxica en la que fui criado. Ojalá bastaran estas líneas contritas para desagraviarlo por todas las veces en las que contribuí a extender la desafección entre los ciudadanos, rabioso ante el creciente predicamento internacional del Puto Amo. Hoy celebro entre lágrimas de arrepentimiento que el presidente haya decidido permanecer entre nosotros para comandar la cruzada intercontinental contra la desinformación y contra los fachas con toga. Hoy sé que los bulos cocinados en la caldera madrileña están obstruyendo el avance del progreso del impulso del plus ultra de los derechos y libertades de los demócratas -los Buenos, en suma-que encarna Pedro Sánchez y de algún modo (aún no aclarado) también su mujer.
Hasta cuándo, Pedro, abusarás de nuestra paciencia
Así que lo has vuelto a hacer, farsante. Has vuelto a engañarnos a todos, empezando por las cobayas de tu propio partido y siguiendo por las viudas mediáticas que han puesto los micrófonos perdidos de mocos. Te basta con someterlos durante cinco días al vértigo de tu ausencia para que te supliquen por la autocracia. Llegamos a creer que querías a tu esposa, que no eras capaz de usarla para victimizarte, que precipitar a la cuarta economía del euro en un psicodrama peronista ante los ojos atónitos de la prensa internacional era mucho hasta para ti. Pero ni siquiera te has privado de forzar al Rey a participar en este aquelarre, no sea que quede una sola institución libre de servir de atrezo a tu farsa perpetua.
La secta hindú
Hay algo peor que dejarte secuestrar: no enfadarte con tu secuestrador. Perder durante el cautiverio la última dignidad que nace de una razón autónoma. Abrazar tu condición como aquel esclavo de Chesterton que ya no se preguntaba si merecía sus cadenas sino si era lo suficientemente digno de llevarlas. Pero hay algo todavía peor que vivir secuestrado: renunciar a la libertad cuando al fin se te ofrece. Quedarse en el zulo cuando tu secuestrador ya se ha marchado, dejando la cancela abierta, sabiendo que seguirás sometido incluso a cielo abierto, esperando su regreso, deseándolo fiera, enfermizamente.
Por qué lo llamará amor cuando quiere decir odio
Hay una verdad en la epístola de Pedro a los españoles: es un hombre profundamente enamorado. No de su mujer, naturalmente. En su dolorido corazón solo hay sitio para uno. Pedro se ha escrito la enésima carta de amor a sí mismo, entre el melodrama y el onanismo, entre Caracas y Estambul, entre la boda de Lolita Flores y el chalé plebiscitario de Galapagar. Pero si solo fuera eso nos reiríamos. El problema es que esa carta no es una expresión de amor desviado sino un recto llamamiento al odio entre españoles. La marca de la casa. La marca de Caín.