No hay palabra para nombrar el dolor de la madre que pierde a su hijo. Existe el huérfano porque a su amputada condición se le reconoce aún la posibilidad de una vida digna de ese nombre, pero el lenguaje se ha negado a reservar un significante para un significado demasiado aterrador como para fijarlo en sílabas. Deberíamos empezar por aquí a juzgar la decisión de Ana Obregón de ser madre por gestación subrogada a los 68 años de edad.
Hay una izquierda interesante en los diagnósticos y garrafal en los tratamientos que encarna como nadie Íñigo Errejón. No es habitual que el portavoz de un partido con dos diputados logre que todo el hemiciclo, de Bildu a Vox, vote a favor de la misma proposición. Ha sucedido esta semana con el plan de prevención del suicidio que presentó Errejón con oratoria honesta y voluntad de acuerdo, esos dos mamuts extintos de nuestra política. El diputado recordó que cada día se suicidan once españoles y lo intentan bastantes más; que muchos otros emiten señales desatendidas; que tener cerca a alguien puede marcar la diferencia entre vivir o morir; y que el Estado debe facilitar ese acompañamiento, por ejemplo mediante bajas laborales concedidas a los acompañantes de personas diagnosticadas con riesgo de suicidio.
Que el centrismo de Feijóo va en serio la izquierda lo empieza a comprender más tarde, pero hay una derecha que ya se ha enterado. Y está reaccionando con ademanes de cólera elocuente. ¿Por qué cabrea tanto al voxero la cara de moderación de Borja Sémper? ¿Por qué le ofende que Feijóo aleje al PP de las posiciones más conservadoras en lo moral y compita con el PSOE en la captura de banderas sociales y en la reivindicación del feminismo y la sostenibilidad? El voxero debería celebrar esta deriva liberal del PP a poco que se detuviera a analizarla; primero porque la única posibilidad de que Vox pinte algo en el futuro de España exige que pueda sumar con un PP crecido por atracción de voto de su izquierda; y segundo porque la ocupación popular del centro preserva el coto de caza de Abascal como reserva espiritual de lo muy español. Donde hace daño la estrategia moderada de Génova es en Ferraz, cuya oferta política se ha escorado sin remedio de la mano radical de Podemos, ERC y Bildu. Sin embargo, estos razonamientos demasiado cerebrales ceden ante los estallidos de desprecio o las acusaciones de tibieza que en la derecha más aguerrida despierta el nuevo PP. Y quizá ni Vox ni el PP estén interpretando esa emoción ciudadana como lo que es: un piropo invertido.
Ningún partido ofrece una muerte hermosa igual que ninguna estrella se va bien del Real Madrid. Un astro del fútbol difícilmente asume que esté apagándose, así que no acepta la suplencia, y un partido se funda para aspirar al poder, así que no sabe gestionar la irrelevancia. El destino fue innecesariamente cruel con Cs; tanto que nació un pujante género periodístico: columnas y tertulias se petaron de forenses que apuntaban causas contradictorias del óbito naranja: el no a Sánchez en junio, el sí a Sánchez en septiembre, el narcisismo de Rivera, el absentismo de Rivera, el cálculo de Ortuzar, el cálculo de Iván Redondo, el pulgar hacia arriba del Ibex, el pulgar hacia abajo del Ibex. Esta fiebre pericial desbordó los márgenes del oficio y alcanzó a bares, metro, canchas de petanca; nadie entiende que Iker Jiménez no haya dedicado una temporada a la caída de Cs. Yo considero ya inútil buscar explicaciones. La actitud más científica exige asumir la volubilidad del votante humano, y concretamente español, como si fuera el Dios de Job: binario y caprichoso, papanatas y tradicional, capaz de transigir con delitos y de ajusticiar por errores.
Me preguntas cómo veo lo que está pasando en el partido. Yo me había propuesto no decir nada al respecto porque no me gusta hablar en los velorios, y porque creo que Cs aún puede dejar un bonito cadáver que merece el respeto tributo del silencio, no el ruidoso cálculo de los carroñeros ni la pringosa hipocresía de las plañideras. No duraba tanto un funeral desde la procesión de Juana la Loca tras el féretro de Felipe el Hermoso, y convendrás conmigo en que doña Juana no era precisamente una liberal. La primera condición del liberalismo es la asunción de la realidad, sobre todo cuando es muy fea.
Habrá que hablar del varón, y España es buen sitio para comenzar. Esos muecines priápicos de colegio mayor, por ejemplo. Al oír su provocador llamamiento a la yihad genital podemos reaccionar con el escándalo de rigor, competir en desgarro vestimentario, reclamar castigos ejemplares. Pero si de veras nos importa la salud de la igualdad deberíamos entender que esos muchachos no estaban exhibiendo su poder sino su fragilidad, cuando no su súplica. Que fuera una novatada no modifica el diagnóstico: una novatada es un rito de paso extraoficial por el que se regula el ingreso de un candidato en una comunidad organizada. La pregunta entonces es por qué los jóvenes sapiens exigen hoy una credencial de machismo aparatoso, contracultural, para ser aceptados en la tribu. La respuesta es la misma que explica el alboroto por la mano de Federer en la mano de Nadal: solo al adanismo le parece noticia, solo los inseguros expresan su rechazo, solo los fuertes se perdonan una lágrima.
Un 24 de agosto de 2022 fue decretado en Europa el fin de la abundancia. El anuncio corrió a cargo de un presidente francés, país cuya afición a imprimir giros históricos no cabe discutir. Además de la abundancia, Macron proclamó el fin de la despreocupación material y el de la evidencia democrática, y no incidió en el fin de la novela y la extinción del cine porque ya no hace falta. Lo que quiso decir el más inteligente y por ello el menos modesto de los líderes europeos es que pronto los franceses van a entrar en abrupto contacto con una verdad antigua que el personal tiende a olvidar a poco que prospera, seguramente por estar oculta entre las páginas de los libros, a salvo de reproducciones masivas en pantallas de cristal. La verdad que contienen las elegías clásicas, los capiteles románicos, los cuadros de Brueghel, la narrativa decimonónica y otros lugares poco frecuentados. Y no es malo que el personal la olvide, porque la evolución nos ha enseñado que no se puede vivir mirando a los ojos de Medusa.
Francia inventó la derecha, Francia inventó la izquierda y ahora Francia ha inventado el centro. La victoria de Macron en 2017 podía atribuirse a la fortuna, pero su reválida cinco procelosos años después certifica la vigencia del invento. Sabemos que Macron es de centro porque no solo enoja a la extrema izquierda y a la extrema derechasino también a socialdemócratas y conservadores, cuyas herramientas de sexado ideológico revelan su obsolescencia al contacto con el vencedor. Toman a Macron, lo desvisten, lo giran, le aplican la herramienta y… nada. ¿Facha o rojo, republicano o bonapartista, neoliberal o jacobino, globalista o -lo peor de todo- arrogante sin más? Macron es un lío desesperante para víctimas de la disonancia cognitiva, un cubo de Rubik ideológico que hace perder la paciencia al hombre de ayer, que es todavía el hombre de hoy, quizá porque Macron es el hombre de mañana que extrañamente gana elecciones en este gozne entre dos mundos que articula los albores del XXI.
RT @VMondelo: Revelamos la orden de la Generalitat para endurecer la inmersión. En cinco años, el 80% de las conversaciones de los colegios… 3 hours ago