Aunque el centenario de la publicación de Ulises se celebró el año pasado, es pertinente leerlo y comentarlo en el año Picasso: al fin y al cabo el impacto del irlandés en la literatura es comparable al del malagueño en la pintura. «Joyce se destruyó al convertirse en un genio», ha dicho John Banville. Y ciertamente uno cierra el libro totémico con la convicción de que el autor ha ido demasiado lejos, más lejos de lo que había ido ningún narrador antes que él y de lo que pueda hacerlo ningún otro después. Tras Joyce la literatura quedó hecha pedazos, y los que han venido luego ya solo serán eso: epígonos.
Más quisiera Cataluña haber engendrado a Velázquez, ese andaluz con acento andaluz que desenmascaraba a un Papa y enaltecía a un bufón. Hoy Cataluña manufactura tristemente el arquetipo contrario: folloneros que adulan al Papa sin dejar de blanquear la xenofobia nacionalista que no ha dejado de mandar sobre propios y charnegos desde que murió Franco, con quien tanto pactaron. Hace demasiado tiempo que faltan bufones catalanes de verdad, dignos artesanos de la mofa que arriesguen el tipo riéndose del poderoso cercano -el que riega la maceta de su subvención-, no del enemigo mitológico y por tanto inofensivo. No insultemos a los bufones clásicos asimilándolos al humor de TV3, que es una factoría de graciosos de corte, esas figuras serviles que en la comedia barroca siempre hacen pareja con su señor, del que solo se quejan con permiso. Quizá por eso no vuelven los toros a Cataluña pese al amparo legal: se conoce que allí se perdió la costumbre de tener suficientes cojones para torearlos.
Conduce su periodismo igual que su coche: sin cinturón de seguridad. Pero es tan menuda que está exenta de abrochárselo, como en cierta ocasión le explicó pacientemente a un agente de tráfico. Pilar Urbano (Valencia, 1940) merece la atribución de maestra del oficio porque no da lecciones de periodismo sino que lo sigue ejerciendo, libro tras libro. Ni la edad ni la fama logran retirarla de la pasión por la actualidad, de la documentación laboriosa, de la escritura ágil como su mente, de la narración trepidante, de la independencia probada. Se ha sumergido durante años en el procés, ha entrevistado a todos sus protagonistas y ha emergido con El alzamiento (editorial Planeta), porque pensó que no se había contado todo de la última sedición catalana. Y, sobre todo, no se había contado cómo cuenta las cosas la Urbano…
El título tiene una resonancia franquista que no parece casual: ambos alzamientos se justificaron por razones nacionales.
Yo tenía once folios con títulos, se me ocurren muchos. El editor me dijo: «Me gustaría uno que fuese como una piedra». Como un pedrada. Y se me ocurrió El alzamiento y le encantó. Pero no es mío sino de la sentencia, donde se alude a ese término 47 veces, mientras que «ensoñación» sólo se dice una vez. Y la gente se quedó con ensoñación.
Es una especie de melaza mediterránea, un fluido dulce y espeso que cubre todas las aristas, sepulta los olores fuertes y facilita las digestiones pesadas. No impregna a todo aquel que vive y trabaja en Cataluña, por supuesto, peroperfuma inconfundiblemente a quienes llevan dirigiéndola desde que el patriarca bajó de Montserrat con la receta de cocina en una mano y la bula del Estado en la otra. Es la crema catalana, la crème de la crème donde hace mucho que flota nuestra Sicilia sin muertos del nordeste peninsular. Sus naturales más divertidos te lo reconocen entre risas, con ese desahogo inimitable con que se casan con Ramoneta sin dejar de financiarse su puta, habilidad que aún levanta admiración en la árida meseta castellana, menos dotada para la hipocresía y el placer. Algunos se creen depositarios de la fineza de Andreotti, pero sus maneras los emparentan más bien con la tosca impunidad de Berlusconi. Y creen ciegamente en la profecía de Francesc Pujols: «Un día a los catalanes todos sus gastos les serán pagados allá donde vayan».
La noticia es simple, que diría Mourinho: el Barça pagó un millón y medio de euros a José María Enríquez Negreira, árbitro barcelonés y barcelonista que fue vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros de la Federación Española durante 24 años. Los pagos se abonaron entre 2016 y 2018. Durante ese periodo de tiempo -que casualmente coincide con la cresta de la ola del procés- el Barça gozó exactamente de 746 días de gracia en los que no le pitaron ni un solo penalti en contra. De las tres temporadas afectadas por la magnanimidad financiera azulgrana, el Barça ganó dos. Al año siguiente cesaron los pagos y se instauró el VAR. Estos son los hechos.
Estamos tan acostumbrados al maxilar de hierro del sanchismo que verlo reducido a una quijada de cristal nos desconcierta. Por el ring parlamentario de este miércoles ha deambulado un Sánchez sonado como nunca, en el tembloroso papel del púgil inexperto, como si se hubiera presentado al combate después de una noche en vela. El insomnio regresa al colchón. La coalición colisiona y se desmiga contra sí misma bajo el foco por culpa del desastre legislativo de la ley del sí es sí. Cada violador beneficiado deshace otra hebra de la trenza del Gobierno, y hoy a PSOE y Podemos apenas los sujeta un hilo de coser. Es pronto para adelantar el adelanto electoral, pero en esas condiciones es imposible aprobar una sola ley. El país ahora mismo carece de Ejecutivo funcional.
De nuestra democracia sentimental ya no podemos excluir el llanto como categoría política. Pero una cosa es disculpar que los políticos también lloren y otra muy distinta es que convirtamos la flojera lacrimal en la medida misma de su crédito. No solo porque no hay estrategia retórica más vieja que la oportuna exhibición de lágrimas de cocodrilo, como sabe cualquier tertuliano del corazón, sino porque los ciudadanos nos merecemos la contención pública de nuestros representantes. No vaya a ser que además de sufrirlos tengamos que consolarlos.
Sigue mintiéndonos si es tu trabajo, pero no te mientas a ti mismo. El procés no se ha acabado, Félix, porque vosotros lo habéis vitaminado para muchos años. Habéis cebado la pulsión separatista en Cataluña como la cebaron antes Azaña y Zapatero, con la diferencia de que Azaña lo hizo por soberbia intelectual y Zapatero por estupidez solemne. A tu jefe solo le movía el poder: una ambición ágrafa, hortera y vengativa contra todos los compañeros que se rieron de su fama de guapo simple. Por eso en la censura de mayo se alió con los del golpe de octubre, que habían perpetrado una «rebelión de libro» por la que aplicasteis el 155 con Rajoy y Rivera. Hasta que cambiasteis de bando para pillar cacho, Félix. Con quien fuera y como fuera. Por ruinoso que resultase el experimento para el edificio del 78. Así que quítate el disfraz de estadista, por Dios, que te está enorme, y resígnate a tu humilde desempeño de Rasputín de moqueta. Disfruta del cargo el tiempo que quede, apura la reverencia de los bedeles, la sumisión de (ciertos) periodistas y la obediencia de los ministros, pero no insultes tu propia inteligencia pretendiendo que cinco años después Cataluña está mejor. Porque sabes que es mentira.