Hay una verdad en la epístola de Pedro a los españoles: es un hombre profundamente enamorado. No de su mujer, naturalmente. En su dolorido corazón solo hay sitio para uno. Pedro se ha escrito la enésima carta de amor a sí mismo, entre el melodrama y el onanismo, entre Caracas y Estambul, entre la boda de Lolita Flores y el chalé plebiscitario de Galapagar. Pero si solo fuera eso nos reiríamos. El problema es que esa carta no es una expresión de amor desviado sino un recto llamamiento al odio entre españoles. La marca de la casa. La marca de Caín.
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Una txapela para atarlos a todos
Cierta vez Ledesma Ramos, cofundador de Falange, se dirigió a su tocayo Maeztu buscando su complicidad y le llamó nacionalista. Don Ramiro, un conservador sin ínfulas revolucionarias, protestó: «¿Nacionalista yo? El nacionalismo es chusma y petróleo».
Pedro de España llama a Pedro de Portugal
Suena un teléfono en la sede del Partido Socialista de Portugal. Es la línea personal del candidato derrotado, Pedro Nuno Santos, que mira el nombre en la pantalla y descuelga con gesto de resignación.
-¡Tocayo! Soy yo, Pedro de España. ¿Cómo te va?
-Hola, presidente. Pues he tenido días mejores. Ha ganado la derecha. Y tiene derecho a gobernar.
-Tú no has perdido: solo has quedado segundo. Yo he quedado segundo muchas veces y mírame.
-He prometido no contribuir al bloqueo político y debo cumplir mi palabra en aras del interés general.
-Qué cosas más raras decís los portugueses. Tu deber es cerrarle el paso al fascismo. ¿No tuvisteis un Franco vosotros también? Pues eso.
Galicia absoluta
En julio se habló mucho de la gestión de las expectativas. El error del PP entonces habría consistido en vender la piel del Perro antes de cazarlo. En Galicia ha sucedido exactamente lo contrario: ha sucedido la sorpresa de lo esperado.
Veamos. A partir de aquella sobremesa lenguaraz de Feijóo las tertulias de Madrid alimentaron la hipótesis de que el PP podía perder la Xunta. La prensa de centroderecha se asomó a ese escenario llevada de su libertad de juicio, de su cabreo con los errores no forzados de la oposición y de la psicosis instalada desde el 23-J. La prensa gubernamental se sincronizó para fijar el mismo escenario llevada de su sumisión a Moncloa, de su talento para la sobreactuación y de la euforia instalada desde el 23-J. Lo cierto es que ninguna encuesta avalaba suficientemente el dichoso vuelco, pero hoy la política se comporta como una rama de la literatura fantástica: crea marcos mentales no ya independientes de la realidad sino enfrentados a ella. En este incesante juego de manos que escandalizaría al tahúr cirrótico de una reserva india el sanchismo no tiene rival.
Emociones gallegas
Un error común entre analistas liberales consiste en seguir interpretando la política como un ámbito racional. O como uno que lo era hasta la desdichada irrupción de mamá internet y de papá populismo, progenitores de la vigente memecracia. Pero lo cierto es que jamás ha existido tal cosa como una democracia deliberativa, un ágora de sabios vigilada por una comunidad de ciudadanos autoconscientes. Eso no existía ni en la Atenas de Pericles, según prueba la injusta muerte de Sócrates. Que la contienda política se ha librado y se librará -si no lo remedia la IA- en el terreno movedizo de la emoción de masas lo sabía hasta Iván Redondo cuando reformuló solemnemente el lema cartesiano: «Yo primero me emociono y luego pienso».
Un día con Alfonso Rueda
Será cosa del tópico (o no), pero lo cierto es que la política gallega es enemiga de la rotundidad y reacia a las sorpresas. Premia la constancia, la presencia y la moderación. Y castiga a los extremos, a los paracaidistas y a los candidatos de laboratorio. Eso explica las encuestas positivas de Alfonso Rueda (PPdeG), pero también la persuasiva piel de cordero de Ana Pontón (BNG), las pobres expectativas de José Ramón Gómez Besteiro (PSdeG), los negros augurios de Marta Lois (Sumar) y la irrelevancia total de Álvaro Díaz-Mella (Vox).