Un designio cruel ha querido enfrentarme al documental sobre la génesis de We are the world y a la final del Benidorm Fest con pocas horas de diferencia. Caprichos del dios salvaje del algoritmo. El himno de 1985 contra la hambruna en Etiopía siempre me ha resultado incomestible, como nuestros tomates a Ségolène Royal. La letra es una redacción escolar -ahí se ve la mano de Michael Jackson– y la melodía cae como una melaza espesa sobre los tímpanos de su víctima hasta colapsarlos por completo. No cabe descartar que We are the world haya provocado más guerras de las que ha evitado. Pero el documental sobre el hito formidable de su grabación -una sola noche agotadora, una constelación de genios mitológicos currando juntos gratis como dóciles becarios- me ha reconciliado con el tema. Ahora lo oigo sereno.
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Telecinco se salva salvándonos de Sálvame
Las redes han reaccionado al final de Sálvame con eufórica unanimidad. No siendo España país para unánimes, que izquierda y derecha tuiteras detestaran por igual el programa más seguido de la televisión nos obliga a ensayar tres hipótesis no necesariamente incompatibles. Primera, que las razones de la cancelación son tan económicas como morales; es decir, que la nueva dirección de Telecinco se salva a sí misma salvándonos a todos de un Sálvame que perdía audiencia. Segunda, que los espectadores de Sálvame no estaban en Twitter. Y tercera, que los españoles de izquierdas y de derechas no son tan distintos como sus representantes políticos pretenden.
La chica que posaba en las aceras
La chica está de espaldas, encaramada a unas sandalias dominantes, ataviada con un vestido extemporáneo en el mediodía laborable de una céntrica acera de Madrid. La chica se agarra a la verja de un palacete, como si quisiera asaltarlo. De pronto se gira bruscamente, la melena al aire de su vuelo, para clavar una estudiada mirada de desafío en el fotógrafo faldero que registra muy voluntarioso el paripé. A menudo el de la cámara no es más que un novio solícito, resistente al bochorno, entregado humildemente a la causa doméstica del modelaje amateur. Monta tu pasarela de andar por casa y desfila, diva urbana: El Retiro será tu Milán. Una pose y otra, un disparo y otro, una jornada más ejerciendo de top model de barrio, corriendo al Instagram a revelar el carrete, facturando seguidores a granel, calculando un nuevo patrocinio. La dura vida de la influencer.
Shakira aúlla
Muchos afirman que la canción de Shakira no tiene desperdicio y otros van descubriendo que el desperdicio no tiene canción. Yo me limito a admirar la envidiable salud del capitalismo, ese estómago de gaviota capaz de reciclar el más infame de los desperdicios con tal de seguir volando. O facturando.
La insoportable infidelidad del ser
Empezó como el año de los dos patitos y termina como el de los machos cabríos. Recordaremos 2022 como el periodo en el que se despenalizó todo género de fechorías -de la sedición a la malversación- menos la furtiva imposición de los santos tochos. ¿Trabajará ya el Ministerio de Igualdad en una enmienda al código penal para combatir la infidelidad? ¿Nos encontramos ante una lacra social, favorecida por los nuevos usos tecnológicos, que afecta por igual a hombres y mujeres o queda todavía mucho camino por recorrer? Y si no es así y la convergencia cornúpeta está lograda, ¿no deberíamos felicitarnos todos y todas de la crecida paridad entre cornudos y cornudas, entre cabrones y cabronas, que vendría a demostrar un grado de emancipación sexual con el que no pueden soñar las iraníes?
Ecogamberros
Entre las formas que imaginó Woody Allen para acabar de una vez por todas con la cultura no figuraba el ecologismo, pero las ecogamberras del van gogh obligan a reconocer la creciente incompatibilidad entre humanismo y activismo. Quizá no estemos a tiempo de salvar el planeta, pero nadie duda que aún podemos completar la regresión al estado de naturaleza mediante la destrucción entusiasta de los museos. Que el activismo animal o el animalismo activo la tome con el arte es revelador: se trataría de desandar el camino de la civilización hasta llegar al minuto previo a la hermosa idea del primer hombre que posó sus manos tintadas sobre las paredes de Altamira.
El sexo débil se vuelve fuerte
A los criados en los 80 el empoderamiento femenino nos lo explicaron la Sarah Connor de Terminator o la teniente Ripley de Alien. Uno no se imaginaba a ninguna aduciendo dolores menstruales ante la recortada del cyborg o las fauces del alienígena: la idea más bien era que la mujer podía defender papeles de hombre con tanta o mayor solvencia, incluso con tanta o mayor violencia. Uno lo tuvo claro desde niño. Por eso cuando años después el tópico de la desorientación masculina empezó a infestar las revistas para la mujer, nunca entendí bien a qué hombres se referían. ¿A especímenes rústicos, sin televisión, supervivientes de siglos patriarcales que se consideraban deshonrados al contacto con los azulejos de la cocina y no concebían a la hembra fuera del lavadero o el cuarto de costura? Si tales varones existían, el simple paso del tiempo los civilizaría inexorablemente o bien los extinguiría sin más, me dije.