Gógol y los molinos

En el momento de morirse parece que lo mínimo que se le exige al genio es pergeñar una frase memorable. Goethe, el último renacentista, pidió luz, más luz, y se pueden hacer chistes numerosos al respecto. Menos solemne (aparentemente) fue Gógol, que, como todos los rusos, estaba loco y era un genio. En el lecho de muerte se apoderó de Gógol un trance de identificación con la cordura postrera de Don Quijote y gritó «¡A los molinos!» en vez de gritar «¡A los gigantes!». Me admiró siempre esa audacia de ruso heroico que en el instante supremo se da cuenta de que no hay fantochada más grande que morirse y pica espuelas hacia el abismo sin hacerse demasiadas ilusiones. Así supongo que debería encarar la prosaica realidad el escritor, con una mezcla de escepticismo y caballerosidad por uno mismo, de indignación y ternura por los demás, pluma en ristre contra la máquina vulgar que repele nuestra voluntariosa acometida y nos echa por tierra una y otra vez. Son los molinos incesantes de la mezquindad, de la estupidez, de la incultura, del dogmatismo, de la falacia, de la abyección, cuyas palas amputan el espíritu. Pero si esos molinos no cesan nunca de girar y de tronchar en cada giro el soplo de las sierras blancas, tampoco los caballeros andantes deben dejar de acometerlos, llamándolos como Gógol por su nombre. A los molinos, pues. ¡A los molinos!

3 Respuestas a “Gógol y los molinos

  1. Se demuestra muchas veces el espíritu de de un hombre momentos antes de morir. EL de Gógol: grande, luchador, loco y soñador.

  2. Eva

    Me gustas. Arcadiano tenías que ser. Gracias.

  3. Javier

    Qué bien hizo el Mundo en contratarle señor Bustos! Espero que le paguen bien y no cambie de periódico .
    Pague con placer 5 euros por una revista solo por tener un artículo suyo en mi iPad.
    Con ese artículo y una mahou fresca, día perfecto.
    Gracias

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