
Pero a quién aplaudías hasta romperte las palmas, coreógrafo socialista. Por quién crees que doblaban las campanas de tus manos rabiosas si no es por ti. En qué momento te mudaste a Estocolmo para asumir este maltrato. Cuándo olvidaste tu condición de representante del pueblo para agarrarte al clavo ardiendo que sella la tapa del ataúd del PSOE. ¿No hablas por miedo a quedar fuera de las listas? ¿Aún no has comprendido que es lo mejor que te puede pasar? Un vistazo al mapa electoral debiera bastarte para ensayar un ahogado murmullo de protesta, un mohín de autocrítica, un vislumbre de duda: todo eso a lo que no alcanza tu invisible coraje democrático, tu norcoreano ejercicio de autolisis intelectual. ¿Vas a irte por el sumidero de las urnas sin haber siquiera gritado socorro? Si esa es tu decisión, entenderás que los españoles ni se planteen la propina de la lástima. Y entenderás también que el próximo secretario general sopese apenas tu utilidad antes de desecharla limpiamente.