Un grito de dolor rasga el aire cargado de vísperas electorales. Es el plañido amargo de las viudas de Pedro, a las que debemos imaginar con el rostro picassiano de la mujer del Guernica. Yace en sus brazos la más bella encarnación del progreso, víctima del bombardeo de votos fascistas y brigadas mediáticas. ¡Pablo Iglesias tenía razón!, claman ahora mientras maldicen a media España, amenazan a los tibios de la otra media y corren a rodear el hermoso cuerpo del presidente. De cuerpo presente.
De verso suelto a voz cargada de autoridad poselectoral, García-Page ha revalidado su mayoría absoluta y apenas se resiste a asumir el escenario de la debacle en julio y sus efectos catárticos. Habla de «autoexpulsión» y también de «recomposición»
Usted es ahora el socialista con más poder territorial de España. La única mayoría absoluta, presidente de la Comunidad más poblada. ¿Siente que tiene una responsabilidad especial?
No. No especialmente. No soy más que era antes de las elecciones. Otra cosa es que evidentemente los que gobernamos tenemos ahora sí la obligación moral de hacernos cargo del estado de ánimo de los que se han visto desalojados del poder. No es la primera vez que me pasa. Nos ha pasado en varias ocasiones en distintas danas nacionales que ha habido en los 90 o en el 2011 y, por tanto, sí hay que reconstruir. Afortunadamente, más allá del estado de ánimo, muchos de los cuadros que no han conseguido el gobierno o lo han perdido son en su inmensa mayoría útiles. No están amortizados, valen para el día de mañana. Eso es un valor estructural importante.
Pero quién llama dignidad al narcisismo. Pero quién sigue confundiendo la inteligencia con la cobardía. Pero quién imputa a la audacia lo que solo explica la frivolidad. Sánchez es Sánchez y no puede ser otra cosa hasta el final, que sucederá el 23 de julio de 2023 porque le aterra agonizar hasta diciembre y para que no lo maten antes. Había perdido los apoyos parlamentarios, del PNV a ERC, y el fratricidio entre Podemos y Sumar volvía inviable la mera convalidación de un decreto. La legislatura había muerto mientras nacía el despliegue del poder recién ganado por el PP.
Al atardecer de aquel día, con las urnas ya cerradas y los apóstoles reunidos, se oyó de pronto un estruendo como de viento huracanado que batió las ventanas y penetró en la habitación en forma de sondeo a pie de urna. Surgió entonces una gran llamarada, y la vieron dividirse en lenguas de fuego que se posaron sobre cada candidato decisivo para voltear el mapa del poder español. Había allí madrileños y aragoneses, valencianos y cántabros, andaluces, extremeños y baleares, y todos se pusieron a anunciar con su propio acento el prodigio atestiguado: la resurrección del partido que llevaba siete años sin ganar unas elecciones de ámbito nacional.
A este cronista le dijo una vez Pedro J. Ramírez: «Federico cree que la izquierda es mala y que la derecha es tonta». A esa conclusión solo se llega después de militar en ambas y conocerlas a fondo. En El retorno de la derecha -pronto best seller- la voz más influyente de la derecha española desde la Transición repasa las siglas de la no izquierda -UCD, AP, PP, UPyD, Cs, Vox- para constatar su adecuación o su traición a los principios inmutables de su base social, que hoy espera ganar la batalla contra el sanchismo.
Afirmas que todos los problemas de la derecha se resumen en que los representantes no se reconocen en los representados y viceversa. ¿No pasa lo mismo en la izquierda?
No, porque la derecha ha cambiado hasta nueve veces de partido. La izquierda tiene al PSOE y a los comunistas. El bloque numérico de la derecha social no ha cambiado: son 10, 11 millones desde la Transición. ¿Qué es lo que cambia? La derecha no cree en la política profesional. Cree en la familia, la nación, la propiedad, la Historia de España, la religión o al menos la tradición religiosa, cosas más de sociedad civil que política. Pero tiene una idea instrumental de los partidos. El problema es que en la derecha se instala una negación de su pasado, que no viene del alzamiento de Franco sino de antes: del sectarismo republicano. Las raíces de la derecha están en aquella vivencia traumática, y en cómo luego los mataban por ir a misa o les quitaban lo que habían heredado de sus padres. ¿Cómo no va a tener derecho a existir y a gobernar media España? Y esa injusticia, convertida en terror ya en la guerra, explica que la derecha se entregara a Franco. Dicen, vamos a dedicarnos a la familia, a lo nuestro, a rehacer nuestra propiedad, se casan con los del otro bando, reanudan la vida fuera de la política. En ese sentido Franco les viene bien, pero al mismo tiempo que salva al enfermo lo escayola. Y cuando al escayolado le quitan la escayola en democracia, no puede andar.
De la contienda parlamentaria en el Senado extrajimos una sospecha: Pedro Sánchez cultiva una secreta vocación de promotor inmobiliario, o al menos de vendedor de pisos. De esto último la planta siempre la ha tenido. Lo que sabemos desde este martes es que además se ve capaz de levantar una vivienda en cada centímetro de España menos en Doñana. Feijóo lo llama «el milagro de los panes y de los pisos»: aquel Pedro caminaba sobre el agua y este sobre pisos, aunque no hay ni una cosa ni la otra.
Nuestro director suele emplear un sintagma preciso para describir el corrimiento de la opinión pública: «emoción ciudadana». De la correcta interpretación de ese pálpito colectivo depende el éxito de cualquier estrategia electoral. Es una forma de anclar los análisis a la tesis poco discutible de que vivimos en una democracia sentimental, de que la tecnología acelera la deriva teatral de la política, de que el voto está fuertemente condicionado por sesgos irracionales, de que el ideal de régimen deliberativo no deja de ser un ideal. La secuencia psíquica del votante la detalló Iván Redondo en su día: el personal primero se emociona, luego (si acaso) piensa y al fin decide.
El sol de la mañana irrumpió por la izquierda del plano y prendió el parietal de don Pedro, donde arden los nombres de sus ministros fungibles y se cocina la sumisión de los que van a morir y le saludan. Pero esta vez la sien cesárea parió un ratón, o más bien dos, para sustituir a Carolina Darias y a Reyes Maroto, que tampoco parecen carne de biografía de Zweig: una será recordada por la gravosa longevidad del tapabocas y la otra por una navajita con ridícula vocación de cimitarra.