
No existen muchos escritores en quienes el hombre coincida con el autor. Contra esa poética suprema de la naturalidad conspira la pose, la afectación, el deseo de sonar más literario o menos humano. Pero Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, 1953) adivinó pronto, con Juan Ramón, que quien escribe como se habla llegará más lejos y será más leído que quien escribe como se escribe. La vigesimocuarta entrega de sus diarios lleva el título de Éramos otros (Ediciones del Arrabal), pero su voz -de una trabajosa sencillez- no ha cambiado: poética, divertida, conmovedora, despiadada cuando toca. Irreductible. Es decir, clásica.
Al que pone la vida propia en palabras siempre le acecha la tentación del adorno. Pero tú reivindicas la naturalidad, alegando que «el desorden es siempre armónico»
Hay un aforismo muy bonito de Juan Ramón que expresa esto exactamente: «Perfecto e imperfecto: completo». Es decir, la completitud viene dada por lo bueno y por lo malo. El otro día en el periódico decía Alfonso J. Ussía que en Madrid cabemos todos, los buenos y los malos. Obviamente los malos no pueden ocupar el mismo sitio que los buenos, o no deberían. Lo imperfecto no puede ser más que lo perfecto y el desorden no puede estar por encima del orden. Pero el orden incluye el desorden. Y esto es lo que hace armónica a una ciudad, una vida y un libro.