Un escritor ucraniano imaginó una nochebuena fría en la que el diablo robaba la luna para sumir en la oscuridad a los enamorados. Es sabido que al diablo le molesta el amor tanto como le place la desesperanza, y por eso su mejor obra, su más perfecto oficio de tinieblas se consumará esta noche en mil aldeas ucranianas a las que no llegará la luz de la navidad.Un diablo bombardeó su red eléctrica para impedir que sus habitantes se miren y sigan creyendo, para evitar que se les ilumine la cara al reconocerse entre sí, al constatar la vigencia de la vida pese a tanto daño. Porque el diablo teme que baste una mirada para reavivar el deseo de permanecer juntos, el fuego de la lucha por la libertad.
A Federico el Grande de Prusia le molestaba la presencia de un molino contiguo a su palacio. Las aspas afeaban la vista del paisaje desde sus salones, así que le hizouna oferta irrechazable al molinero. Ignoraba que el corazón de la gente del campo es insobornable, razón de que los enemigos de la propiedad se hayan entregado con periódica fruición al exterminio del campesinado, de Robespierre a Mao pasando por Lenin. Aquel hombre rechazó el dinero real, que primero duplicó y luego triplicó el valor de mercado del molino. Enfurecido, Federico amenazó con expropiar al molinero por la fuerza y sin compensación económica. Pero el campesino conocía sus derechos: viajó a la ciudad y pidió amparo al juez. Cuando fue llamado a presencia del rey -convencido este de que el molinero venía a rendirse- traía una orden judicial que obligaba a Federico a respetar la propiedad de su súbdito. Y el monarca, al que no por nada apodaron el Grande, aceptó la decisión que restringía su poder y exclamó, sin reprimir una punzada de admiración: «Aún quedan jueces en Berlín».
Sin darse importancia, aunque la tenga, Andrés Trapiello (León, 1953) no solo está construyendo el más imponente edificio literario de nuestras letras, sino que se ha propuesto recuperar la técnica barroca del bel composto, la integración de las artes: sus libros son objetos hermosos sobre los que opera como artista total, desde la documentación y la tipografía hasta esa prosa honesta y rica que actualiza una sensibilidad clásica, en la tradición que va de Cervantes a Galdós, de Juan Ramón a Baroja. Nadie más confiable para contar -y curar- las cicatrices del fratricidio español.
¿Cómo consigues separar siempre al pecador de su pecado, es decir, admirar el coraje personal y prescindir del sesgo ideológico, sin dejar de señalar sus errores?
El tema del que trata el libro es muy difícil de dilucidar. ¿Fue justa o no la acción revolucionaria antifascista en aquellos años? Todos ellos son valientes, porque se juegan la cárcel o el pelotón de fusilamiento. Es gente desesperada, que sabe que la alternativa es obedecer o morir. Franco también está en la tesitura de vencer o morir: ha ganado la guerra pero mientras no termine la Segunda Guerra Mundial su poder no está seguro. Mussolini va a acabar colgado por los pies y a los aliados les quedan tres meses para entrar en Berlín cuando suceden los hechos de este libro. El tipo que dirige la célula, Vitini, acaba de ser condecorado en Francia por las fuerzas de liberación de De Gaulle. Y recibe la encomienda del Partido para hacer lo mismo en Madrid, solo que aquí, por hacer lo que él creía que era lo mismo -asesinar falangistas como seguramente ejecutaría nazis y colaboradores de la Gestapo en Francia- se le va a ejecutar.
La noticia estaba en Australia, residencia fiscal de don Escrivá, ministro socialista cuyas opiniones se sitúan en las antípodas del socialismo plurinacional, oxímoron al que sirve cuando no habla a título de individuo, que es casi siempre. La noticia estaba también en Moscú, donde Putin reconocía que lo suyo es una guerra, palabra imprescindible para justificar una movilización que hasta ahora evitaba para que no se le movilice la calle. Pero más miedo le da que le movilicen la silla los estalinistas que le acusan de hombre blandengue. Ya se ve que todos los varones, hasta Vlad, somos el blandengue de alguien. Y la noticia, por último, estaba en la ONU, donde Sánchez se ha enfundado el traje de Geopedro para aportar soluciones al mundo, pues España se le queda pequeña. De momento ha comparado la invasión de Ucrania con la violencia de género, y ya solo cabe esperar que Putin se acojone y retroceda.
Entre las infinitas razones por las que Ucrania debe ganar la guerra a Rusia no es la menor la curiosidad de saber qué dirán entonces nuestros entrañables putinianos de andar por casa, preferiblemente en pijama, enfundados en la bata espesa de la nostalgia. Si son de izquierdas añoran la alternativa política al capitalismo que representaba la URSS, y si son de derechas añoran la alternativa moral al liberalismo que unía el trono con el altar, aunque sea a la usanza ortodoxa. Perolos hermana la común repulsa a la libertad de sus paisanos, empeñados en gastar, conducir, comer carne, casarse con alguien de su mismo sexo y viajar admirando costumbres extranjeras.
Un 24 de agosto de 2022 fue decretado en Europa el fin de la abundancia. El anuncio corrió a cargo de un presidente francés, país cuya afición a imprimir giros históricos no cabe discutir. Además de la abundancia, Macron proclamó el fin de la despreocupación material y el de la evidencia democrática, y no incidió en el fin de la novela y la extinción del cine porque ya no hace falta. Lo que quiso decir el más inteligente y por ello el menos modesto de los líderes europeos es que pronto los franceses van a entrar en abrupto contacto con una verdad antigua que el personal tiende a olvidar a poco que prospera, seguramente por estar oculta entre las páginas de los libros, a salvo de reproducciones masivas en pantallas de cristal. La verdad que contienen las elegías clásicas, los capiteles románicos, los cuadros de Brueghel, la narrativa decimonónica y otros lugares poco frecuentados. Y no es malo que el personal la olvide, porque la evolución nos ha enseñado que no se puede vivir mirando a los ojos de Medusa.
Ocurrió algo novedoso en la sesión de control, y eso que los protagonistas eran los mismos de siempre. Lo único que ha cambiado es el líder del PP, que está fuera del Congreso, y sin embargo su presencia atmosférica parece filtrarse a través de un agujero de bala de Tejero para empapar de confianza a su bancada, que falta le hacía. Esto es lo nuevo: una fe distinta en la proximidad del cambio. Varios portavoces de la oposición anunciaron a Sánchez su inminente desalojo de Moncloa no como un mero deseo, que es como sonaba hasta ahora, sino como un preaviso administrativo. Y todos sabemos que la Administración, ahora que arranca la campaña de Hacienda, es inexorable. Tic, tac.
El primer robinsón que sobrevivió en su isla energética también era español y se llamaba Pedro: Pedro Serrano. Naufragó en 1526 demasiado lejos de la costa de Colombia y demasiado cerca de un islote de diez kilómetros donde pasó ocho años épicos, adquiriendo el aspecto de un salvaje, bebiendo sangre de tortuga marina, masticando cangrejos y rezando para que un barco se arrimase lo suficiente como para divisar las señales de humo del fuego que lograba prender chasqueando guijarros. Finalmente fue rescatado, agasajado por Carlos V y requerido por las cortes de media Europa para oír su historia. Su indiscutible manual de resistencia. En esa vida cipotuda basó Defoe su novela inmortal. Hoy isla Serrana, llamada así en su merecido honor, tiene censados 74 habitantes.