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Acaudillados

Gistau lo llamaba la sociología del acaudillado. Las buenas gotas de sangre jacobina que había en él lo persuadían de la vigencia de cierta excepción española por la cual nuestro país tiende fatalmente a la sumisión, a la indolencia histórica, a levantar como mucho una ceja y nunca una hoja de acero ante los abusos del poder. Madariaga opinó que el español asistía al curso de la historia desde el patio de butacas; seríamos para don Salvador un pueblo de espectadores de teatro que solo muy de vez en cuando -un arranque comunero, un mayo en Madrid- reunía energía suficiente para invadir la escena. Según esto, se equivocan quienes explican la postración ejemplar de una sociedad burlada hasta la náusea por su Gobierno recurriendo al franquismo, que habría domesticado la escasa pulsión contestataria de la nación para varias generaciones; es al revés: el franquismo fue posible porque nuestro espíritu nacional viene de antiguo predispuesto al caudillaje. Por eso, concluye el liberalismo frustrado, los caciques arraigan bien en este suelo, duran lozanos y mueren en la cama.

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6 enero, 2022 · 10:09

La hora de la venganza

A don Mariano le gustaba repetir una cita de Ortega del epílogo de La rebelión de las masas que los políticos deberían llevar tatuada en un muslo: «Toda realidad ignorada prepara su venganza». También Rajoy ignoró realidades que se vengaron de él, pero su alergia natal al postureo le procuró una carrera larga y siete años en Moncloa. Que la carrera de su sucesor no sería tan longeva lo empezamos a sospechar el día en que lo vimos calarse en el avión las gafas de puto amo, como decía Gistau, y la cuenta oficial de La Moncloa distribuyó un delirante retablo de sus manos nervudas -«expresión de determinación presidencial»- que a Jacques-Louis David le habría causado rubor atribuir a Bonaparte.

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10 mayo, 2021 · 8:05

No parecía el escritor que era

El último negroni con David Gistau me lo tomé en Kiev la mañana de la final de la Champions en la que el Real Madrid tumbaría al Liverpool. El paseo por la capital de Ucrania con Jabois y Gabriela desembocó calculadamente en un bar donde al fin pudimos evitar que David siguiera humillándonos con su conocimiento de la historia ucraniana. Uno se preguntaba de dónde había sacado el tiempo para leer tanto, ver tanto cine, formar una familia numerosa y boxear puntualmente tres días por semana, además de cumplir con la radio y con el periódico.

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8 febrero, 2021 · 12:45

Sánchez, líder básico

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«Ya mismo estamos en Moncloa, amor».

Después de todo, Sánchez es un líder elegido por las bases, y a ellas vuelve acorralado como el líder básico que es. La maniobra de don Pedro ‘el Prorrogado’ -tres meses más de agonía- resulta coherente con su estatura política. Tan básica que olvida la primera ley del darwinismo partidocrático, según la cual uno se hace militante con la vaga esperanza de sentarse un día en el comité, y una vez sentado no quiere saber nada de sus tiempos novicios de pegador de carteles. Pero si Sánchez ya ha partido el partido entre podemófobos y podemófilos, qué más le da ampliar el desgarro entre Dirección y bases.

A don Pedro no se le puede discutir la coherencia cristalina del desesperado. Cada uno de sus movimientos rompe un jarrón chino de la venerable casa socialista, pero se comprenden como los manoteos del náufrago. Si está rompiendo el PSOE, poco le dolerá parcelar España cediendo referendos como lindes a sus caseros de La Moncloa, para quienes el derecho de autodeterminación es un contrato de arrendamiento. Sánchez o el entreguismo: primero el partido, después el Consejo de Ministros y por último el Estado. Y Granada para el ISIS, como dice Gistau.

Con tal de evitar unas elecciones que lo desalojarían del cartel, don Sánchez va a acogerse a la militancia, aunque sólo un poquito, pues la consulta no es vinculante: lo justo para escenificar la división y envenenarle la campaña a su sucesora. «¡Los ciudadanos demandan democracia interna!», pretextará don Luena. No: antes que eso los ciudadanos castigan la discordia. Un Pablo Iglesias lo fundó, otro lo heredó: más coherencia sanchista.

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1 febrero, 2016 · 11:38

Si duele es bueno, Albert

Rivera bajo el foco.

Rivera bajo el foco.

Era cuestión de tiempo que Albert Rivera metiera la gamba. Su grado de exposición mediática desde que comenzó el año ha sido tan disparatado que por pura coherencia tenía que acabar diciendo disparates. Si las cámaras fueran el sol y la faz de Rivera un panel que almacenara la potencia de foco absorbida en los últimos cuatro meses, podríamos iluminar con ella durante siete días cuatro aeropuertos como el de Castellón, e incluso hacer aterrizar en ellos el avión de Al Gore alimentándolo en exclusiva con energías renovables. Todo lo cual se vería desde el espacio, parpadeando junto a la Muralla China.

Perder la virginidad no es pactar con Susana, como dicen los tertulianos, sino anunciar tu primera gran sandez y que sea reconocida como tal por los medios que hasta el momento te miraban con simpatía. Incluso por los intelectuales que te fundaron. Eso acaba de ocurrirle al doncel que lidera Ciudadanos, cuyo himen de sensatez ha sangrado aparatosamente sobre el catre gitano que a veces reviste la forma de columna de opinión.

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Entrevistado por Alberto Olmos

El Escorial con columnista delante.

El Escorial con columnista delante.

[Copio a continuación, por si fuera de interés, la entrevista que el escritor y crítico Alberto Olmos ha tenido a bien hacerme para su temido portal, que cualquier veterano o novel de la república de las letras tiene el deber altamente instructivo de frecuentar. Sobre el oficio de columnista, y disculpen el inevitable personalismo]

El columnismo se mueve bajo mis órdenes. Me fijo en David Gistau cuando escribía en La razón, y lo ficha El Mundo; y lo ficha ABC. Me fijo en Manuel Jabois cuando vaciaba adjetivos en los bares más tormentosos de Malasaña, y lo ficha El Mundo; y lo ficha El País. Y, hace nada, me había fijado en Jorge Bustos, que manumitía ideas en sitios digitales de nombres tan soberanos como Zoom News, y lo ha acabado fichando El Mundo. Amigo articulista, creo que tienes que procurar que yo me fije en ti: muevo el cotarro.

El columnismo es un señor que opina y alguna señorita histérica. Antes de que se me pongan nerviosos: la frase me ha salido sola, y no la suscribo.

El columnismo, digo, es un señor una señora una señorita y un señorito que opina en papel y cobra por decirlo ahí antes que en el bar. Suele, el señor, la señora, tener alguna gracia, porque opiniones distintas a los demás no tiene nadie todos los días, y esto del articulismo es para todos los días, como el café.

¿Es, a 2015, el columnista una «estrella»? ¿Se gana tanto como en los 90? ¿Se folla tanto como en los 90? ¿Se escribe mejor que en los libros, a 2015?

Sobre estos y otros (sobre todo otros) líos hablamos con Jorge Bustos (Madrid, 1982), que ha estudiado Clásicas.

–>entrevista realizada por Alberto Olmos

Hola, Jorge. ¿Cómo estás?
Estoy muy bien, y esto no ha hecho nada más que empezar.

La revista Leer reunió en febrero a los treinta nombres que según ellos pueden ir a protagonizar la literatura española en los próximos años. Eres el único columnista seleccionado. Ya he leído por ahí que estás escribiendo una novela, y me preguntaba por qué tantos columnistas quieren hacerse escritores. Es como si un torero abriera una ONG de protección de animales; como si un broker se fuera a vivir debajo de un puente; como si un actor porno se casara con su novia de toda la vida…
No te falta razón en sugerir una dignidad autónoma -la que sea- para el género de la columna, pero en mi caso quise ser columnista desde los 17 años y novelista desde los 18. Más o menos. Leía a todos los columnistas de los periódicos no porque me interesara el periodismo, sino porque encontraba un reducto de lo literario. ¿Y entonces por qué no leía usted novelas?, me replicarán. Las leía también y muchas. Pero siempre me atrajo la literatura de la cotidianeidad, de lo fáctico -el libro de viajes, el dietario, la biografía, las memorias, el reportaje-. Así que lo mío con la columna periodística ha de ser por fuerza una atracción natural, y así la asumo. Por lo demás, la novela está aparcadísima y no sé si podré volver a ella, o a otra, o a ese género endiablado en general con alguna garantía de potabilidad.

Relacionado con lo anterior, tenemos que, desde “el periodismo avillana el estilo” de Valle-Inclán al “deshojarse en columnas” de Umbral, hay todo un discurso de culpa y de disculpa entre los oficiantes del articulismo literario, como si estuvieran siempre pesarosos por no encomendar su talento a empresas mayores. En realidad, creo que el columnismo es “palabra sin posteridad”, y que lo único que molesta al articulista brillante es que nadie lo vaya a leer en el futuro; tener su obra desatendida en las hemerotecas.
Bueno, la posteridad está tratando muy bien a Julio Camba, por ejemplo, y a otros columnistas que se resignaron alegremente a que su columna muriera con el periódico del día. Y se equivocaron. Eso tiene que ver no con la brillantez sino con la lucidez, con la potencia de pensamiento del columnista en cuestión para pasar de la anécdota del día a la categoría antropológica en la que se reconocerán los lectores de un siglo después. A Camba le ocurre eso. Profetizo en cambio que las columnas de Umbral envejecerán mucho peor.

Redactando mis propias no-preguntas se me ha ocurrido lo siguiente: la literatura es noble. Hay cierta nobleza en alguien que dedica cientos de horas a armar algo tan improcedente como una novela. Creo que de esa nobleza (del hecho puro y acaso inocente) procede el respeto un tanto exagerado que el columnismo tiene por la literatura. ¿Es, por tanto, el articulista un canalla por definición?
Lo que tenga de canalla se lo deberá al contagio de la canallesca, es decir, de los periodistas de plantilla como tal, que son -¡somos!- gente deliciosamente anárquica en general, aunque muchos esconden bajo siete llaves sus veleidades literarias. Redactar una pieza de periódico exige mucho menos tiempo y talento que armar una novela pasable, así que es lógico que los periodistas admiren la disciplina de los novelistas. Otra cosa es que haya periodistas más inteligentes, capaces y dúctiles que muchos escritores torremarfileños, puros. Y viceversa.

El precio de la palabra escrita arroja cálculos delirantes. Por ejemplo: cincuenta mil palabras en 100 columnas pueden ser entre 10.000 y 30.000 euros (o más); cincuenta mil palabras en un una única novela pueden proporcionar a su autor entre 0 y 600.000 mil euros, siendo lo más habitual 1000 euros. En Atados a la columna (serie de entrevistas que Amibilia hizo a columnistas famosos a finales de los 90), Gistáu reconocía que cobraba como 365 euros por columna, pieza que a buen seguro escribía en veinticinco minutos. Dinos todo lo que puedas (quieras) sobre dinero y columnismo: es un asunto del que nunca se habla.
Ah, el dinero, el gran asunto. Entiendo tu interés: yo he conocido el confort de una nómina decente y la precariedad de los 50 euros el post, a veces post de tres folios y cuatro horas de escritura. Pero yerras el tiro al disparar a la columna: lo verdaderamente caro es el reportaje. La columna se llevaría la medalla de plata del gasto, pero en un buen reportaje un periódico se deja cuatro veces más, empezando por las dietas del reportero, alojamiento, desplazamiento… Por lo demás, y aun conservando el columnismo algún pedigrí crematístico, nada que ver estos tiempos con los 80 y 90 en que un columnista español entraba en un caro restaurante de la mano de un banquero y pagaba el columnista.

Con la aparición de los blogs, miles de personas empezaron a expresar sus opiniones de forma gratuita. Algunos consiguieron muchos lectores y siguieron escribiendo sin esperar compensación económica. Esto, unido a la caída de compra de periódicos en papel, hacía pensar que los tiempos del columnista millonario habían acabado. Sin embargo, los recientes movimientos y fichajes en el sector de la opinión periodística han devuelto a la profesión su halo ejecutivo, de puestazo. ¿Es una huida hacia adelante de los periódicos? ¿Se han vuelto locos? ¿Puede salir a día de hoy rentable pagarle a alguien -digamos- 500 euros por folio y medio a la semana? ¿Qué aporta hoy una “firma” a un periódico?
Tanto como halo ejecutivo… Veamos: los últimos movimientos atañen a periodistas todoterreno más que a columnistas específicos, y me incluyo. A mí me ha contratado El Mundo en plantilla para hacer más cosas que columnas -no te digo nada en la era de internet-, aunque quizá mi perfil de columnista es el que buscaron en principio, y a mucha honra. Yo tengo una nómina y no he calculado a cuánto sale mi columna, aunque conozco casos de columnistas-colaboradores muy bien pagados. Si la empresa lo paga, es porque han hecho números y les sale a cuenta. En eso soy liberal. Ahora, no te equivoques: las firmas lo son todo en el periodismo. No me refiero a la firma con fotito del columnista vanidoso, sino a la firma del corresponsal de guerra, del reportero del corazón con mala hostia, del redactor sensibilizado con los temas sociales, del delegado de partido o de tribunales con buenas fuentes… Todos ellos valen lo que vale su firma como aval de credibilidad, y créeme que pueden ser mucho más vanidosos que cualquier columnista. Al que por lo demás, generalmente, desprecian (risas enlatadas).

La figura del periodista, y del columnista en concreto, siempre ha vivido la mítica amenaza del director o del dueño del periódico, que podía “censurar” sus opiniones. Las nuevas fórmulas de periodismo nos han llevado a situaciones tan interesantes como ésta: en El diario.es un socio, que paga 5 euros al mes, exige que echen a un columnista por decir algo contra el pueblo Palestino. Hay casos de columnistas que han dimitido al sentirse desautorizados por los «socios». ¿Es una mejora pasar de tener un jefe millonario censor a tener varios miles de censores a 5 euros/mes?
Me parece escalofriante eso que me cuentas. No tenía ni idea. No sé cómo Nacho Escolar puede consentir semejantes presiones. Un periódico, como toda organización que funciona o ha funcionado alguna vez, es un ente jerárquico. Si la jerarquía no lo hace bien, tiene encima un consejo más o menos formado que le pide cuentas. Pero rendir cuentas al accionista-ciudadano es solo un corolario más de la rebelión de las masas orteguiana y una amenaza odiosa para la profesión. Usted, señor ciudadano, ponga dinero en eldiario.es o en El Español; pero ahí acaba su contribución. Luego, usted se sienta y lee, y puede que aprenda cosas. Y si no aprende, no participe en la próxima ampliación de capital o váyase al diario de la competencia como se ha hecho toda la vida. Qué coño es eso de pedir cabezas por 5 euros/mes. Dónde escribiría Sostres, entonces. Dónde escribiría nadie, al final: todo el mundo acabaría siendo el mismo columnista políticamente impoluto por puro pánico. Estremecedor.

De joven uno pensaba que un columnista era alguien que escribía con gracia opiniones personales y que, cuando triunfaba, era porque tenía más gracia y más opiniones personales que los demás columnistas. Hoy pienso que gran parte del columnismo se debe a un público, a cuya ira, capricho y pasiones viscerales da forma verbal. Los casos extremos serían Sostres, Fallarás o Julián Ruiz. Son como animadores de muchedumbres. Cubren una demanda de brutalidad intelectual. Son leídos en la medida en que dan la razón al que lee. ¿Cómo lo ves?
No veo a Sostres encajando en ese perfil, porque él cabrea a gentes muy distintas, lo cual tiene un mérito suicida innegable. Otra cosa es que la boutade acabe imantando un estilo o que el clientelismo aliente inconfesablemente en cada ataque o defensa de un columnista. Por otro lado, el columnista siempre ha tenido algo de predicador, siempre aspiró a portavocear a su parroquia después de habérsela creado. Ahora bien: yo pienso que lo que diferencia al buen columnista del gran columnista es que el segundo es capaz de desairar a la parroquia que ha ido construyendo con tanto esmero no por provocación o cálculo, sino por coherencia propia y trayectoria intelectual. De estos hay poquísimos. Y ahí tiene que estar el jefe inteligente para sostenerle, cuando hunos y hotros pidan su cabeza.

Dice el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez que el columnista está obligado a tener razón, mientras en la novela hay que dudar. ¿Cómo gestionas o preparas o sostienes esta “chulería” propia del articulista? Creo que no se habla nunca del componente psicológico de una labor en la que uno tiene que dar la impresión de que siempre tiene las ideas muy claras.
Esta es una de las preguntas más inteligentes sobre el oficio que me han hecho. En efecto, el buen columnismo obliga a combinar la flexibilidad del filósofo y la seguridad del pontífice. Si solo participas tus perplejidades sobre la actualidad al lector, quedarás como un alma delicada y reluctante al dogmatismo, pero dejarán de leerte porque no estarás satisfaciendo la sed de claridad con la que acude a ti el lector. De este encaste hay mucho en  el sector digamos progresista: la duda es otro de los nombres de la inteligencia, la certeza es el principio del fascismo y otros mantras zen que se esfuman en cuanto nos palpan la cartera o cuando un jefe editorial toca a rebato electoral. En bando opuesto, si te dedicas a martillear sonoros prejuicios como clavos sobre la tapa del ataúd del lugar común, del sesgo ideológico, de la sigla partidaria, del esencialismo carpetovetónico, de la verdad del barquero o del taxista, del servilismo corporativo y de otras ideas rígidas, satisfarás a los lectores ya convencidos pero jamás conquistarás un verdadero respeto intelectual. El columnista sensible y no venal padece la tensión entre estos dos polos, y eso desgasta psicológicamente bastante. En esos momentos sólo esa «chulería» a la que aludes, entendida como autoestima y formación, te sostendrá.

Asimismo, entiendo interesante hablar del “miedo escénico” en el mundo del columnismo. Creo que hay decenas de personas que podrían escribir artículos brillantes, pero no tantas que podrían “sostenerlos”, es decir, seguir escribiendo esos artículos después de las reacciones que provocan, la llamada de un ministro, el malestar de miles de lectores… ¿Qué importancia tiene en el columnismo la capacidad para controlar la presión, los ataques, las respuestas a las propias palabras? En ese sentido, me abrió los ojos Fernando Sánchez Dragó cuando me dijo: en una novela puedes escribir cualquier cosa, pero si lo escribes en un artículo…
Enlazando con lo respondido más arriba: te sostiene tu director, tus otros amigos columnistas y tu propia autoestima. Si careces de alguno de estos tres pilares, sucumbirás. Una llamada airada de un político por un texto tuyo produce una sensación de euforia casi sexual, si crees que tienes razón, a no ser que ese político sea amigo de tu director. Este tipo de censura directa, por grosera, no hace tanta mella como la autocensura alentada por la corrección política: siempre tienes a un colectivo de piel de seda dispuesto a sentirse ofendido. Pero la peor presión, amigo mío, es la falta de lectores. Con lectores siempre puedes ser Reverte en el bar de Lola y cosas bastante peores aún. Lo de Dragó confirma un triste adagio español: si quieres mantener algo en secreto, cuéntalo en un libro. El artículo, en cambio, lo lee todo el mundo. Y por tanto la presión es mayor, claro.

¿Por qué es tan importante el Real Madrid para columnistas como tú, Gistau o Jabois? ¿Tiene algo de partido político vicario?
Podría decirte miles de razones. Que el fútbol es la primera industria de ocio del planeta y el Madrid el primer club de esa primera industria, lo cual equivale más o menos a mandar en el mundo. Que el número de lectores que te granjea una columna sobre Leibniz o Rajoy -y que me perdonen por escribir seguidos ambos nombres- no puede soñar con desatar la correa de las sandalias de un comentario sobre el aullido de Cristiano Ronaldo al recoger su tercer Balón de Oro. Que de algún modo el Madrid simboliza un vestigio de nobleza anacrónica, un arquetipo vivo de excelencia que escandaliza a la mesocracia rampante. Pero la verdadera razón es ésta: los tres somos del Madrid como lo es un crío de Chamberí.

Como he leído algunas entrevistas que te han hecho, me he dado cuenta de que, seguramente al contrario que muchos otros columnistas, tú has frecuentado la tradición del columnismo español. ¿Qué articulistas destacarías de nuestra tradición? O, más exactamente, ¿qué canon te atreverías a fijar?
Te corto y pego una respuesta de una entrevista anterior en Neupic:

En la columna española, después de Larra, hay dos maestros genesíacos: Camba, del que nace la finura irónica y redonda, y Ruano, del que brota el costumbrismo lírico, apoyándose en Ramón. Son los Mozart y Beethoven de esto y hay que saberse a los dos. Luego cada temperamento propende a una veta u otra. Más hacia acá surge Umbral como gran heredero del género y a la vez creador de escuela.

Pero el canon español del columnismo -género singularmente prolífico en el periodismo patrio por dos razones: por el viejo amor de nuestros gobernantes a la censura y por el viejo amor de la gente a dar su opinión- no estaría completo sin la finura de Wenceslao Fernández Flórez, la transparencia de Pla o Xammar, el compromiso de Chaves Nogales o Assía, el aristocratismo de Corpus Barga o Foxá, la precisión de Azorín, la elegancia de Alcántara -¡que sigue!-, la socarronería de Campmany. Este es mi canon, lo que no significa que no haya aprendido de otros muchos, desde Vázquez Montalbán hasta Alvite. Por ceñirme a los difuntos.

En Atados a la columna decía el entrevistador que todos los columnistas que visitaba tenían chalet y perro. ¿Cómo está el parque inmobiliario y la compañía de mascotas en el columnismo actual?
Internet, ya lo has dicho, ha abaratado drásticamente la calidad de vida del gremio. Los de chalet y perro son los que empezaron en la Transición. Y luego hay milagros -en cuya realización confluyen muchas causas, entre las que quisiera contar el talento- que permiten ascensos de clase desde la bohemia letraherida a la burguesía mediática. Yo sigo viviendo en un piso de 20 metros sin calefacción, pero ahora me atrevo a aspirar a algo más confortable.

Por último, recuerdo el mítico “la mejor literatura se hace ahora en los periódicos”, que circulaba en los 90. ¿Crees que hoy se hace mejor literatura, por parte de tu generación, en los periódicos que en la narrativa?
Yo creo que la mejor literatura, tanto en los periódicos como en los libros, se hacía antes. Así, en general. Pero sé que gracias a internet hay gente descubriendo a los viejos maestros, empapándose de su técnica y de su talante humanístico, y no es descabellado imaginar que la hermosa cabeza de esos resistentes emerja un día del nivel rasante que impone mayormente esta sociedad de analfabetos audiovisuales.

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Entrevista en Neupic

[Agradezco a Alfonso Basallo esta larga, por momentos mordaz, y siempre grata entrevista que me hace para Neupic. Su generoso interés por mis opiniones resulta a todos luces desmedido]
 

Hughes, Bustos, Ignacio Ruiz Quintano y Manuel Jabois.

Hughes, Bustos, Ignacio Ruiz Quintano y Manuel Jabois.

Acaba de fichar por El Mundo, donde se estrena como columnista bajo una galería de retratos ilustres, presidida por el maestro Umbral. Dará que hablar. Y hará reír. Ya saben: “castigat ridendo mores”.

Sé que no es fácil, pero cómo calificaría a los nuevos columnistas: ¿generación perdida, umbralianos posmodernos, Miquelarenas despeinados, Julios Cambas con la camisa por fuera del pantalón?
Lo mejor que se podría decir de los nuevos columnistas es que huelen a viejo. Es decir, a tradición. Es decir, que han leído a los clásicos del género y escriben sobre el mundo de hoy a hombros de aquellos gigantes. Mis detractores suelen decirme que escribo como un viejo, cuando probablemente quieren decir que escribo como cuando se sabía escribir: así que no saben el elogio que me hacen. El clasicismo es la modernidad constante.
 
Cuénteme su árbol genealógico: ¿es usted nieto de Ruano, hijo del matrimonio (periodístico ojo) de Alcántara y Umbral, y ahijado de Gistau pongamos por caso?
En la columna española, después de Larra, hay dos maestros genesíacos: Camba, del que nace la finura irónica y redonda, y Ruano, del que brota el costumbrismo lírico, apoyándose en Ramón. Son los Mozart y Beethoven de esto y hay que saberse a los dos. Luego cada temperamento propende a una veta u otra. Más hacia acá surge Umbral como gran heredero del género y a la vez creador de escuela. Con él conviven maestros como Alcántara y Campmany.
 

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2 febrero, 2015 · 11:30

Debutando en EL MUNDO

Cuando la noticia es el periodista, pese al sonrojo.

Cuando la noticia es el periodista, pese al sonrojo.

Escribo este post desde la redacción del periódico El Mundo. Literalmente, un sueño cumplido. La redacción es silenciosa, pulcra, moderna, y está llena de personas acogedoras, divertidas, con un colmillo retorcido que echaba mucho de menos. En la hora de la felicidad completa, es de justicia recordar a las personas que me han ayudado a llegar hasta aquí. Mi primera gratitud es para Casimiro, a quien espero a convencer de la bondad de su decisión. Citaré después a algunos mayores míos en el noble estamento de la columna que han sido muy generosos conmigo: David Gistau, Rubén Amón, el propio Jabois en cuyo ordenador me siento, Salvador Sostres, Arcadi Espada; y a amigos de periódicos de la competencia como Ignacio Ruiz Quintano y Hughes. Y, por supuesto, a Maite Alfageme. A todos debo algo que no sé si podré pagar.

Como sea, ahora se trata de escribir. Es lo malo de los fichajes, que no se quedan en el glamuroso estadio del anuncio: resulta que luego hay que trabajar. Trataré de vaciarme en este periódico con el que fantaseé, y lo sabes. Columnas, crónicas, reportajes, fútbol, política, cultura. Quizá menos o quizá más. Mantendré las estrictas colaboraciones en radio y tele de mi etapa nómada que me han autorizado: Radio Nacional, Real Madrid TV, Al Rojo Vivo. Se irá viendo, que diría don Mariano. Gracias a mis seguidores por su insensata fidelidad.

Aquí, mi primera columna.

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