
«Ya mismo estamos en Moncloa, amor».
Después de todo, Sánchez es un líder elegido por las bases, y a ellas vuelve acorralado como el líder básico que es. La maniobra de don Pedro ‘el Prorrogado’ -tres meses más de agonía- resulta coherente con su estatura política. Tan básica que olvida la primera ley del darwinismo partidocrático, según la cual uno se hace militante con la vaga esperanza de sentarse un día en el comité, y una vez sentado no quiere saber nada de sus tiempos novicios de pegador de carteles. Pero si Sánchez ya ha partido el partido entre podemófobos y podemófilos, qué más le da ampliar el desgarro entre Dirección y bases.
A don Pedro no se le puede discutir la coherencia cristalina del desesperado. Cada uno de sus movimientos rompe un jarrón chino de la venerable casa socialista, pero se comprenden como los manoteos del náufrago. Si está rompiendo el PSOE, poco le dolerá parcelar España cediendo referendos como lindes a sus caseros de La Moncloa, para quienes el derecho de autodeterminación es un contrato de arrendamiento. Sánchez o el entreguismo: primero el partido, después el Consejo de Ministros y por último el Estado. Y Granada para el ISIS, como dice Gistau.
Con tal de evitar unas elecciones que lo desalojarían del cartel, don Sánchez va a acogerse a la militancia, aunque sólo un poquito, pues la consulta no es vinculante: lo justo para escenificar la división y envenenarle la campaña a su sucesora. «¡Los ciudadanos demandan democracia interna!», pretextará don Luena. No: antes que eso los ciudadanos castigan la discordia. Un Pablo Iglesias lo fundó, otro lo heredó: más coherencia sanchista.