
No impidáis a los niños que se acerquen a mí.
Hará más de medio siglo. Se enfrentaban en Old Trafford el Manchester United y el Real Madrid, donde jugaba Alfredo Di Stéfano, de terrible carácter. A la expedición blanca, en vísperas del partido, pudo acercarse un niño inglés cuyo ídolo era Di Stéfano. Traía consigo cuaderno y bolígrafo, y se dirigió hacia Di Stéfano con la resuelta intención de pedirle un autógrafo. Pero el astro, que no tenía el día, agarró la libreta, la arrojó a un lado y siguió su camino.
Cuando Santiago Bernabéu se enteró, mandó localizar al chaval e ideó un lujoso desagravio por el estúpido gesto de su superestrella: metió al crío en un avión y lo sentó en el banquillo de Chamartín en partido oficial, como un jugador más. A Di Stéfano le explicó, suponemos que recurriendo a una retórica escasamente versallesca, que un jugador del Real Madrid no va por ahí tirando cuadernos de niños deseosos de autógrafos.