
Por más que cite a Julio Anguita reivindicando el programa, programa, programa, Alberto Núñez Feijóo no va a ganar las próximas elecciones por la letra: las va a ganar por la música.
Por más que cite a Julio Anguita reivindicando el programa, programa, programa, Alberto Núñez Feijóo no va a ganar las próximas elecciones por la letra: las va a ganar por la música.
Cantaba Astrud que hay un hombre en España que lo hace todo, y ese hombre, por desgracia, no se lleva comisión. Hay un español que no puede ser noticia, porque el día que lo sea todo un país habrá fracasado, pero no por eso olvidamos que existe. Es un español -es una española- que pone cansadamente las noticias, y una vez informado ha de convencerse de que sus impuestos llegarán a una viuda extremeña, a un viejo solitario y al maestro de una escuela de barriada. Es un español de clase media que hace números y se descubre más pobre y le nacen motivos para la cólera, la fanatización o el nihilismo, pero esos motivos topan con su insidioso sentido de la responsabilidad.
No hay nada más emocionante que la agonía del hombre rebelde. La rebeldía, dice Camus, consiste en decir que no allí donde el común de los mortales cede, calla y otorga. Nuestra especie es gregaria y produce pocos rebeldes, a quienes a cambio distinguimos con una forma ancestral de admiración llamada épica, que en griego significa lo que merece ser contado. Su protagonista es el héroe, a medio camino entre el hombre y el dios. Por eso cuando se nos secan los adjetivos decimos que Rafael Nadal no es humano.
Por Luis Alemany
Asombro y desencanto, el quinto libro del periodista Jorge Bustos (Libros del Asteoride), suena a obra atemporal desde su título, desde su portada con una foto del Mont Saint-Michel virada al verde. El texto hilvana dos viajes en coche: uno de trabajo, por los pueblos que recorrió Quijote, y otro por Francia, desde la frontera vasca hasta Normandía. En principio, parece que los dos viajes son un juego de espejos que da nitidez a la imagen de España, un tema clásico del redactor jefe de Opinión de EL MUNDO. En el fondo, el texto es algo más íntimo. En la carretera, el narrador aprende a vivir más libremente, como en todos los libros de viajes.
Juan Benet escribió sobre una clase teórica en la mili. Un sargento les explicaba qué era la patria con muchas florituras. Acababa la clase y preguntaba. «¿Habéis entendido?». Respuesta de la tropa: «No». Y el sargento decía entonces: «Mirad, ¿a vosotros no os pasa que oís hablar en francés y os da muchísima rabia? Pues eso es la patria».
Para alguien como yo, viniendo de donde vengo, la relación con Francia no es natural, viene cargada de prejuicios. Ni mucho menos es la relación que tuvieron nuestros padres. En ciertos ambientes de educación conservadora, parece que la construcción de la identidad española se hace por oposición a Francia. Es una cosa estúpida pero aún funciona. Sólo hay que ver cuando Vox habla con desprecio de «los gabachos», y eso que el Frente Nacional les ayuda. Este libro va también de eso, del anhelo de confrontarme con mis prejuicios y mis complejos a través de una experiencia con la realidad francesa y con la española.
El editor de este blog.
Es reconocible por su facilidad para sonreír, aunque lo intenta disimular una barba desordenada como la mesa de un viejo redactor. Es una sonrisa algo pícara e inocente, de ese niño que pensaba que llevar la corbata sin anudar ya era ser un gamberro. Quizá por eso a veces introduce —como puñetazo de terciopelo— alguna palabra gruesa en sus columnas. O quizá sea la compleja herencia de un milenio que expiró viendo a ancianos quejumbrosos como Francisco Umbral, Fernando Fernán Gómez o Camilo José Cela, y a jóvenes insolentes como Tarantino. O quizá no otra cosa que la franqueza castellana de los Quevedo y los Cervantes, o la crudeza latina de los Marcial y Horacio.
En la universidad se entregó, precisamente, a los clásicos y también a autores muy modernos. De hecho, desde sus inicios, ha dedicado innumerables horas a la crítica literaria; por ejemplo, sus docenas de reseñas en Aceprensa. A partir de entonces, ha ido subiendo escalón a escalón —revistas locales, La Gaceta de los Negocios antes y después de Intereconomía, Jot Down, un copioso etcétera—, hasta dirigir la sección de Opinión de El Mundo. Lo compagina con otra tarea del oficio, como son las tertulias de La Sexta o algún rato que charla en la COPE. Y con la publicación de varios libros que deambulan entre el ensayo más o menos sólito —La granja humana (2015), El hígado de Prometeo (2016)—, el colectivo —su colaboración en La España de Abel (2018) y en La sorpresa Vox (2019)— y el «dietario de juventud» de sus Crónicas biliares (2017), o la semblanza de personajes históricos en Vidas Cipotudas (2018).
El madrileño y merengón Jorge Bustos Táuler (1982) parece que es creyente de alguna suerte de constitucionalismo liberal sin rigideces, etiquetas ni adjetivos tajantes, pero, sobre todo, es un irónico practicante. De esa ironía que escuece a los fuertes y que, por lo general, solo aspira a atemperar el puritanismo. Por eso puede disfrutar con un Mourinho desencadenado y que escupe en el mármol impoluto del Olimpo donde se micciona perfume de azahar. Porque sabe que es un Olimpo de cartón piedra y que ese perfume no es más que colonia barata. Pero, en el verdadero Palacio de Invierno, Bustos es capaz incluso de acicalarse la barba y vestir con la discreción que bien le enseñaron en casa.
Pregunta: Hughes, Jabois, su querido Gistau, Soto Ivars, usted… Todos con barba.
Respuesta: Y no te dejes a Isco ni a Benzema. La barba es una moda cómoda, pero quizá también sea una decisión vital: un «ahora nos toca» o algo así, pero sin los rancios compromisos de los barbudos setenteros.
¿Hordas de Núremberg?
A las 20.30 el rotor del helicóptero patrullero se pone a crepitar sobre los tejados del centro de Madrid. Falta media hora para la cacerolada convocada como cada día en esa inverosímil Bastilla que es la calle de Núñez de Balboa, una vía estrecha del mitológico barrio de Salamanca surcada por vecinos indescifrables: unos dicen que son pijos ridículos, otros que fascistas peligrosos. No desentrañaremos el misterio de su identidad a través de las imágenes estratégicamente editadas de las redes sociales: habrá que ir a estudiarlos de cerca.
Madrid permanece en fase cero, pero los madrileños hacen un uso abiertamente inescrupuloso de la franja deportiva de la tarde. Todo dios echado a la calle en shortsy camiseta de tirantes, en pareja o en trío, adultos y adolescentes, cerca o muy cerca. Es inevitable pensar que en realidad el Gobierno concede el progreso de fase porque sabe que la primavera es incontenible. Las ganas de vivir tras dos meses de confinamiento rebasan el estado de alarma. Uno se pregunta para qué es necesario golpear cacerolas si no hay forma de protesta más poderosa que salir al sol, juntarse más de lo debido, reírse ante la policía con un amigo que a todas luces no es el conviviente. La rebeldía de la vieja normalidad, si no fuera por las mascarillas.
Remontando Goya aparece la primera furgoneta policial en el cruce con Serrano. Goya con Serrano, ya ven ustedes: el nuevo Beirut. Una chavala que va con dos amigas les dice que se olviden, que no piensa ir a la cacerolada, que tiene que ir a mirar una tienda. A la altura de Núñez de Balboa topamos con dos lecheras más y cuatro agentes expectantes. Cogemos el rebufo de una familia abanderada de rojo y gualda, percusión de cazo y cubierto, y la seguimos por la acera hasta darnos cuenta de que aquello no es una manifa: aquello es una romería. Niñas de bandera, señoras intachables dándole a una señal de tráfico con las llaves de casa, a lo sumo un señor más irritado de lo normal palmeando la tapa de un contenedor. Aquella se para a mirar el escaparate de una boutique sin dejar de darle al cazo; pero le da con moderación, como quien toca el triángulo en la Filarmónica de Viena. En el aire se detectan tres marcas cruzadas de perfume. Estas no son las hordas encuadradas de Núremberg que nos habían prometido los tuiteros antifascistas.
Confinados.
Hay que ver qué bien se confina el español. Soporta con senequismo el encierro más largo y estricto del mundopese a los resultados más desmoralizadores del mundo. Para romper esta disciplina prusiana hace falta ir como el alcalde de Badalona.
Oímos estos días encendidos elogios a la cívica mansedumbre de un pueblo al que el tópico quiere bravo como el toro. Aquí no hay libertarios que salgan con la segunda enmienda en la boca y el Winchester en la mano a pagar el estúpido precio del contagio a cambio de una romántica autonomía; aquí solo hay tímidos pensionistas que empiezan a asomarse a los medios a decir que serán ancianos pero no imbéciles, que ya saben lo que hay fuera y que si les permiten salir a pasear sabrán cuidarse como han cuidado de la generación que hoy ejerce el mando. Si el latín define al imbécil (im-becillis, diminutivo de baculum) por la falta de bastón, alguien sin apoyo para sostenerse y avanzar, parece evidente que los imbéciles etimológicos están en el Gobierno y no en la sociedad. Sujetos tan fatuos que se dirigen a los ciudadanos como si fueran infantes -etimológicamente: los sin voz-, convencidos de su inmunodeficiencia moral porque solo ella justifica el sometimiento. La premisa del populismo dicta que el pueblo siempre es inocente porque así siempre necesitará un conductor, aunque cojee. Sin responsabilidad para qué la libertad, según reconoció el ídolo genocida del ministro de Consumo. Por eso se les ve felices encadenando estados de alarma, momento schmittiano donde el mediocre arribista puede sentirse soberano. Imbécil y debacle, por cierto, comparten etimología.
GAZPACHO CON TABASCO
blog personal de un cierto jarroson
“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”. M. Twain
“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”. M. Twain
you are so cute when you are frustrated, dear
“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”. M. Twain
“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”. M. Twain
“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”. M. Twain
“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”. M. Twain
“Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar”. M. Twain