
‘Muckrackers’, en Ariel.
Durante las primeras dos décadas del siglo XX en Estados Unidos nació, se desarrolló y murió un movimiento periodístico formado por hombres y mujeres que confundieron la pluma con un rastrillo, el periódico con un capazo de inmundicia, el mundo político-financiero con una parcela abonada y la denuncia con el único género urgente al que debía entregarse un reportero con sensibilidad social y talento expositivo. Fueron los muckrakers, cuyas piezas fijaron a golpe de escándalo el canon del periodismo de investigación, y propiciaron algunas reformas de esas que sí justifican la condición de garante de la democracia que tan gratuitamente se arrogan plumillas de sigla o tertulianos de show.
Vicente Campos entrega una antología imprescindible que no solo selecciona sino también aporta el contexto sociopolítico y el perfil biográfico de cada articulista. El lector acaba inmerso en una época fitzgeraldiana de magnates intocables, editores lunáticos y reporteros orgullosos, decididos a barrer la porquería de América desde la Olivetti.
Fue Roosevelt quien acuñó el término de muckrakers -“rastrilladores”- en un discurso de 1906 donde revuelve interesadamente el periodismo digno que señala a los corruptos con el sensacionalismo de los “daltónicos morales” que solo miran al suelo y nunca al cielo del sueño americano. Los muckrakers no eran activistas ni militantes ideológicos más allá de una vaga adscripción progresista: eran reformadores vocacionales de clase media o alta con acceso a los salones donde los capos de los trusts se repartían la nación comprando a los legisladores, adaptando las leyes a sus intereses empresariales, sometiendo a sus trabajadores a condiciones dickensianas y diseñando estafas para saquear al contribuyente.