Usted fue unos de los primeros en dar al mourinhismo un calado profundo, visible y público a través de sus artículos en el diario ABC. ¿Fue y sigue siendo una decisión arriesgada de nadar a contracorriente?
R.- Ojalá hubiera contracorrientes en España. Yo no he conocido ninguna. Quizás entre el 77-82, por “dejadez administrativa”, pero me pilló muy joven. El personaje de Mourinho en el Madrid me atrajo desde el principio por lo que tenía de agitación en medio del muermo zapateril de la época. Mourinho irradia inteligencia, y la inteligencia siempre ha sido subversiva en España, donde se cotiza más el listillo.
2) ¿Hasta qué punto se siente involucrado en estas guerras, casi teológicas, entre antis y pro mourinhistas?
R.- Soy incapaz de declararme en guerra. No por pacifismo, que no me gusta, sino por pereza. ¿Guerra contra quién? ¿Contra el pipero que aplaude la expulsión de Adán en el Bernabéu porque se lo han dicho en la radio? Ni hablar. Ceno fuera de casa todos los días. Casi siempre con los mismos amigos. A veces aparece un bobo y empieza a soltar bobadas de José Mourinho o de Enrique Ponce o de Julio Camba o de Hernán Cortés, y entonces me levanto, pago mi parte, y me abro.