
Se figura Arturo Pérez-Reverte que ha escrito sobre la violencia del hombre por el hombre, cuando en realidad ha publicado una declaración de amor a las palabras. En su lúgubre memoria de reportero acumula las trizas de la historia y teclea furiosamente para aclararse la retina. Pero no puede. No sabe que ese polvo no proviene de un puente dinamitado, o de una ciudad sitiada, sino de un idioma de mármol y de adobe que se pega a las yemas de sus dedos como esa ceniza ingrávida que protege al parecer las alas de las mariposas.