
Born to win.
La denostada profesión de demóscopo quedó rehabilitada anoche con honores, tras meses de dura incomprensión, cuando no de chirigota y escarnio. Porque esta vez las urnas han imitado a las encuestas con toda la fidelidad que en junio negaron, y han certificado las victorias de Feijóo y Urkullu sin dar mucho margen al suspense ni demasiado juego al pactómetro. Ambos dirigentes seguirán en el poder, como se preveía, y el hecho de que compartan año y mes de nacimiento -el vasco es ocho días más joven que el gallego- parece fijar en los 55 la edad preferida por los ciudadanos para sus gobernantes. Digamos que la vendimia del 25-S encarece una cosecha de madurez con denominación de origen vasca y gallega mediante la cual el pueblo envía un mensaje: no nos den ni adanismo efebocrático ni sesentones pertinaces. Y más que una edad, lo que se demanda es el equilibrio propio de esa edad, la moderación, otra dosis del pragmatismo con que ambos presidentes, escarmentados de énfasis ideológicos o aventuras identitarias, han conducido sus respectivos ejercicios. Toda una lección para los feligreses menos acríticos del predicador Iglesias, que ayer por la tarde le oyeron sentenciar, en una de esas ceremonias estudiantiles dedicadas al hallazgo de playas bajo los adoquines: «No queremos parecernos a la sociedad, sino transformarla». Que no, don Pablo. La gente no quiere que la transformen, sino que le limpien las calles, le aligeren una lista de espera y le bajen impuestos. Y a poder ser, que no le cambien tanto el callejero, que luego te haces un lío al volver a casa, aunque sea en bicicleta.
Con permiso de Urkullu, a quien el inteligente sistema de investidura del Parlamento de Vitoria le garantiza investidura con el apoyo previsible de los socialistas, el gran triunfador de la noche -y de las noches que vendrán- fue Alberto Núñez Feijóo. Galicia sigue manufacturando hombres de poder en dirección a Madrid como en el siglo de Camba, y ya nadie duda de que el barón de las tres absolutas seguidas en las condiciones más adversas que se recuerdan sale de estos comicios investido mucho más que presidente de la Xunta: sucesor in pectore de Mariano Rajoy. En el partido, por debajo de don Mariano y de su brazo femenino -llámalo Lola-, ya no hay otra voz más autorizada que la de Feijóo, y ese respeto lo ha ganado donde hay que ganarlo: en las urnas, no en maniobras palaciegas al abrigo del poder monclovita. Afinando mucho la extrapolación, la pérdida de un escaño imputable a Alfonso Alonso -un hombre de Soraya– afianza aún más la candidatura orgánica de Feijóo frente a cualquier heraldo futuro de la vicepresidenta. Lo cierto es que bastante voto ha retenido el ex ministro frente a un PNV de lo más votable por parte de una derecha sociológica asustada por la entente populista-abertzale.
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