Al debate político le incumbe mucho más la casa de Zabala y su connotación próspera que la condición de víctima del GAL y su connotación trágica. Porque la que se presenta a unos comicios autonómicos no es Pili Zabala, con su mochila de emociones, sino la candidata de Podemos, con su programa electoral. Por supuesto, si Podemos la eligió fue por lo primero, porque el populismo no trabaja con realidades -¡ya ni siquiera con promesas!- sino con símbolos. Y por eso mismo saltó la preocupación en el partido cuando Zabala enseñó su bonita vivienda: resultaba que tenían a la casta metida hasta la cocina. Y aún sobraba espacio para Izquierda Anticapitalista y cuatro o cinco confluencias.
Siguiendo el verso patriótico de Aresti, Zabala ha defendido su casa. Pero no porque sea la de su padre, sino porque ella tuvo un día que vendimiar y cuidar ancianos para ganarse la vida, después mereció una jugosa subvención por accidente y «a partir de ahí todo lo que yo he venido realizando ha demostrado mi solvencia económica y mi capacidad de gestionarla», ha confesado a El País. Es decir, una hermosa reivindicación de la economía social de mercado que permite el ascenso de clase hasta la altura de una casa como la que goza doña Pilar.