
Las peores desgracias no son hijas de la rabia sino del miedo, que es la primera emoción de la política. Los hombres en estado de naturaleza sentían miedo e inventaron la vida en comunidad para conjurarlo, y pusieron a un político -alguien con menos miedo que el resto- al frente de la comunidad. El político no tardó en darse cuenta de que debía su puesto al miedo de los otros, así que se ocupó de que la gente nunca dejara del todo de temer, porque una sociedad sin miedo no necesita ser guiada. Sería una sociedad de hombres libres. Como jamás ha existido nada parecido, seguimos necesitando a los políticos. Pero debemos ser conscientes de que continúan usando el miedo para justificar su función.