
No hay derecho a esto. Nos están estafando. La política española nos está endilgando capítulos repetidos del serial, refritos argumentales que ya no justifican alarmas antifascistas sino bostezos ovinos. A falta de un Gobierno capaz de decir una verdad, bajar el butano o acertar el cuadro económico, consumimos sesiones de control en la esperanza al menos de que nos entretengan. Pero ya no nos dan ni el susto.
El sanchismo molaba más cuando mentía mejor, cuando fabulaba con la fantasía barata de los buenos folletines, que son los estereotipados: villanos nazis, cloacas mafiosas, francotiradores letales, líderes progresistas de manos nervudas que expresaban determinación desde las alturas del Falcon. ¿Y qué tenemos ahora? ¿A qué giro narrativo encomienda Sánchez las posibilidades electorales de Juan Agujas, mejor que Espadas? A Bárcenas, damas y caballeros. A las psicofonías de Villarejo de hace una década. A la foto apergaminada de Correa y señora en el bodorrio de El Escorial. A Rato tocando la campanilla. ¿Profanarán la tumba de Barberá? ¿De veras no se cosecha nada mejor en el edificio de Semillas? Esa nutrida brigada de gabineteros en tareas de prospectiva que parecía ir dos semanas por delante de los demás ahora parece un piso Erasmus que recalienta pedazos mohosos de pizza marianista en el microondas de los medios amigos. ¿Qué fue de Producciones Moncloa? ¡Vuelve, Iván! Félix Bolaños, Richelieu cani del Reino de España, te ha hecho bueno.