
Niño entre gallo y rata: mural vegano.
Llamar legislatura a este bucle marianista de vetos y decretos quizá sea exagerar. Legislar se legisla poco, a la espera de que el PSOE se alce del lecho en que convalece para caminar hacia la luz socialdemócrata o bien para tirarse por la ventana populista. Mientras se decide, los diputados no redactan leyes que incumban a otros hombres, pero a cambio se han entregado a la ampliación de los derechos de los animales, que ya empiezan a gozar de un estatus desconocido en ciertos barrios de la India.
Poseídas de un celo franciscano, sus señorías no están dispuestas a transigir con los melindres del especismo, vestigio ideológico que venía atribuyendo a los animales racionales alguna superioridad sobre los irracionales. Dado que en la actualidad (y en la animal farm de Instagram) resultan indistinguibles unos de otros, no hay excusa para no reivindicar directamente los derechos humanos de los animales, revolución jurídica que terminará extendiendo el sufragio universal a los grandes simios, siguiendo por las aves y los reptiles y terminando por las escolopendras y otros invertebrados. ¿No propone Bill Gates que los robots empiecen a pagar impuestos? ¿Se imaginan ustedes la excitación de Montoro cuando pise Media Markt?