
Núria Espert en «Medea».
En una de sus comedias narra Billy Wilder la resistencia a la desnazificación que la sociedad alemana ofreció a los aliados que ocuparon Berlín. La gente se había vuelto tan devota de la obediencia que cuando los americanos montaban un partido de fútbol, primero tenían que enseñar a los niños a silbar al árbitro. En la cantera del Barça, a diferencia de los patios nazis, se imparte una formación integral que no descuida materias tales como la airada expresión de disconformidad con el colegiado o el recurso a técnicas de ilusionismo para encarrilar remontadas improbables. Los jugadores que no vienen instruidos de La Masía, caso de Luis Suárez, son rápidamente aculturados en la tradición dramática local, de modo que sepan interpretar con excelencia su papel en el momento preciso.
Descartada en el acta arbitral la perforación de glotis del delantero uruguayo, por la que se temió seriamente a la vista de las imágenes, solo cabe aducir talento teatral, astigmatismo arbitral o ambos. Otro recelo nos llevaría a imputarle al señor Deniz Aytekin, referí del polémico encuentro, un chalet en Pedralbes del que no tenemos más indicios que la euforia azulgrana. Como sea, el Barça está en cuartos, el PSG hizo un partido en el que la Fiscalía advierte materia penal para entrar de oficio y la parte legal de la remontada quedará en los anales con el merecimiento propio de las gestas limpias.
El bueno (Herrera), el feo (Rivera) y el malo (Millet y Montull)