
Gramsciana.
Cuando Gramsci, ya elegido diputado, volvió a su Cerdeña natal para predicar entre los campesinos la doctrina revolucionaria, uno de ellos le desconcertó con su lógica rústica: “¿Pero por qué después de haberte marchado de Cerdeña por lo pobre que es, te has metido en un partido de pobres?” Es la coherencia radical la clave biográfica del líder histórico del comunismo italiano. En Gramsci la vocación política equivale pronto a misión existencial, se prodiga con la determinación de un San Pablo rojo y culmina con lúgubres tonos de martirio laico.
Legó su brillantez teórica a pesar de una vida corta y cruel hasta la exageración, y uno sospecha que es precisamente el ejemplo de su temple humano ante la adversidad -más allá de su agudeza- lo que amplificó la potencia de su legado. El nombre de Gramsci vuelve a ponerse de moda en España por algunos dirigentes de Podemos que se han puesto bajo su advocación intelectual y su magisterio estratégico, pero cabe matizar que la estatura política del italiano es a la de Iglesias o Errejón lo que la música de Wagner a la de Pablo Alborán.