
Lobo aullando por salir de la Puerta del Sol.
Los domingos, al objeto de mantener mi apolínea silueta, suelo acudir al gimnasio para correr en la cinta, manipular cosas pesadas y entregarme a villanías por el estilo. Con el fin de elevarme de la condición de hámster a la que tan ingratos ejercicios me reducen, me pongo los auriculares y escucho documentales de filosofía a modo de compensación espiritual. Yo preferiría no tener que reservarme para mí las teorías de los grandes genios del pensamiento, sino que éstas fueran difundidas a través del hilo musical del gym, lamentablemente copado por los gorgoritos de Taylor Swift y las guturalidades de Pitbull; pero los atléticos muchachos que regentan el local no comparten mi punzante curiosidad por la síntesis entre materialismo y platonismo de Santayana o la estructura del control social en Foucault.