
Coger el portante.
Dentro de muchos años don Íñigo Errejón escribirá sus memorias y se preguntará, como Carrere evocando la bohemia, qué fue de tantos muchachos llenos de entusiasmo y sin instinto de conservación que militaron en la utopía y acabaron barridos no por el viento de la historia sino por la escoba de hierro del compañero Iglesias. Cuesta imaginar a Errejón anciano, pero más difícil parecía imaginarlo sin asomar por una sola televisión en 24 horas. Claro que Errejón no ha enmudecido: lo han silenciado.
Uno comprende bien la crisis abierta en Podemos porque jamás se tragó su coartada asamblearia ni la belleza de su misión. El partido de Iglesias siempre fue un diseño de laboratorio en el que una intelligentsia marcaba el paso, un aparato transmitía las consignas y una multitud frustrada por la crisis prestaba oídos a la dulce canción de la ira. Lo que uno no comprende es que, conocida la purga de los errejonistas, la militancia a la que el timonel dirigía su carga de cursilería epistolar siga creyendo una sola palabra de lo que allí se versifica. Por no hablar de su electorado, que no obtiene de su credulidad sincera o fingida ningún beneficio directo en forma de carguito de confianza. Primer misterio político de esta hora: por qué hay ciudadanos que siguen ciegos a la impostura democrática de Iglesias. El capo populista no cabalga ya contradicciones: es que tiene a la contradicción subida a la chepa.
Tributo al gran Ibáñez, padre de Mortadelo, en el Parnasillo de Herrera en COPE