
Nueva política española.
Es una pena que haya terminado la semana porque los cronistas parlamentarios no volveremos a pasarlo tan bien hasta el próximo golpe de Estado. La HBO está tardando en comprarle los derechos de emisión a Patxi López, porque estas sesiones hispánicas emitidas en bruto iban a dejar las audiencias de Los Soprano a la altura de un docudrama iraní. Qué espectáculo, qué interpretaciones. Sus señorías le han tomado la medida al pobre Patxi como a un árbitro recién ascendido y le embarran la cancha con desfallecimientos de damisela a la que se le ha cuestionado la virginidad. Y el neófito presidente pica y les abre el micro hasta que su autoridad empieza a evaporarse por los balazos de Tejero. O aprende a imponerse a este parvulario o va a tener que sustituir a los bedeles por geos.
Quien actuó sin convicción fue el galán Sánchez, que leyó su discurso de un modo apresurado y funcionarial, demasiado consciente de protagonizar un trámite. De nuevo fue Rivera el que puso orgullo a lo acordado, esas 200 medidas que son la única política fáctica que han trenzado nuestros representantes desde el 20-D. Don Mariano subió a la tribuna y remató al candidato con el mismo tono vitriólico que destapó el miércoles, aderezado con puyas al voluntarismo de Ciudadanos. Para hacer más verosímil la doctrina de la pinza -que no es más que una confluencia de intereses desde los polos naturales del mapa político, al modo en que el Ártico y el Ántártico resultan igual de fríos aunque se encuentren en las antípodas-, don Mariano ya invoca a «la gente» en el mismo sentido patrimonial que ha puesto en circulación Pablo Iglesias. Al volver al escaño bajo el palmoteo azul, se volvió hacia los suyos y subió ostentosamente el pulgar hacia arriba repetidas veces, en un gesto nada marianista que escamó por su sabor a mutis. Pero calma: es Rajoy.