
«¿Usted en un córner tendrá ventaja, ¿no?»
El florentinismo es una ciencia tan apasionante como el marianismo que, como él, versa sobre el poder y su conservación, asunto de casi todos los buenos relatos antes y después de El Padrino. España, país inclinado a la bipolaridad, puede dividirse hoy entre florentinistas y antiflorentinistas. Y los medios reflejan ese frentismo que a la postre atenaza al aficionado no alineado en una pinza de encono como la que ha colgado a Pedro Sánchez del tendedero de la ropa tibia. Sin embargo, como en el Parlamento, existe una posición intermedia que aspira a tender puentes entre los defensores graníticos del florentinismo y sus detractores más ciegos. Podríamos llamarlo florentinismo de centro. Esta posición, verdaderamente revolucionaria en un país capaz de trasnochar solo para odiarse y de madrugar para retomar el odio en el punto exacto donde lo dejó, aplaude los éxitos económicos y reputacionales que Florentino Pérez devolvió al Real Madrid salido de Mendoza, Sanz, Boluda, Martín y Calderón; y al mismo tiempo propugna una estructura similar a la que tanto rendimiento está sacando de la sección de baloncesto.