
Nostalgia de una guerra.
A Podemos no le ha gustado que un excombatiente nacional y uno republicano conversen amigablemente. A Monedero le ha parecido «una jodida vergüenza». Iglesias no imagina a un judío (el republicano) dialogando con un SS (el nacional), y nosotros tampoco, porque ningún judío violó y mató a ninguna monja nazi, por coronar su delirante analogía. Toda la sensibilidad para la equidistancia inicua que les falta para advertirla entre supremacistas y partidarios de la legalidad en la España de hoy la derraman amargamente sobre el golpe de ayer. Pero esta hipermetropía moral, que ve mucho de lejos y nada de cerca, no obedece al intento melancólico de ganar la guerra 80 años después, como se dice, sino a la clara conciencia de que el pasado, bien manejado, ni siquiera es pasado, como sabía Faulkner. Occidente libra una guerra cultural cuyo armamento es el victimismo retrospectivo. La memoria histórica a la española no es un combustible diferente del indigenismo, el hembrismo o el trumpismo redneck: todos cultivan el fetichismo de la herida propia. Quien exhiba la cicatriz más honda ganará la empatía presente y la elección futura. Con el poder llega la subvención, con ella el clientelismo, con este la religión organizada. Y al que se desvíe del dogma le aguarda la hoguera de los fachas.
Creo que el dicho decidero de Faukner no fue emitido con intención escéptica, sino, si acaso, -the sound and the fury- como aviso a trepadores tipo lady Macbeth//Isabel Tudor cuyas muertes seguramente desmentirían su habitual ‘cuán largo me lo fiais´. Desde Voltaire parece que es una actitud desprestigiada y ‘devota’. Bueno, en cualquier caso me parece que era la de Shakespeare y Faulkner.