
Encajando.
Tres tesis quedarán en la memoria de las futuras generaciones: la de Amenábar que reinventó el thriller psicológico en el cine español, las de Feuerbach que reinterpretó Marx para lanzar el materialismo histórico y la de Pedro Sánchez, que podría asesinar la legislatura más delirante de la democracia española. Cuando todo acabe, quizá la menos sangrienta de las tres sea la de Amenábar.
Todo iba según el plan hasta que le llegó el turno de palabra a Albert Rivera. El plan de Pablo Casado era atacar el flanco apaciguador abierto patéticamente por Josep Borrell, el teórico paladín contra el nacionalismo de este Gobierno, y el plan de Sánchez era responder exigiendo al PP la lealtad que él mostró con Rajoy. Todo muy aseado, sin cargar mucho la suerte, según mandan los cánones bipartidistas. Pero como dijo un filósofo llamado Mike Tyson, todo el mundo tiene un plan hasta que recibe el primer puñetazo. Rivera se acercó; midió la distancia mentando los casos de Cifuentes, Casado y Montón; encontró la guardia baja en el veto de PP y PSOE a la proposición de ley de transparencia universitaria de Ciudadanos; calculó el tiempo de reacción de su contrincante -el Young Sánchez de Aldecoa– y, en el instante oportuno, descargó un inesperado directo al cuerpo: «Señor presidente. Existen dudas razonables sobre su tesis doctoral. Acabemos con la sospecha: no puede haber un caso presidente del Gobierno. Haga pública su tesis doctoral para disipar las dudas. ¿Qué tiene que ocultar?»