Cuando las cosas se ponen feas, Pedro Sánchez se sube a un avión y pone tierra de por medio. Como la fealdad de las cosas es el estado por defecto de este Gobierno incongruente y ficticio, Sánchez se pasa la vida subido al avión de Estado, aparato que le brinda la cálida sensación de poder que el Parlamento le niega, razón de que planeara saltárselo como querría saltarse el Supremo. Al fin y al cabo, ¿qué es un magistrado visto desde las alturas más que una mota negra con puñetas? ¿Qué es la oposición más que una falange obstruccionista a juicio de los editoriales de progreso? Si una ardilla podía cruzar España saltando de árbol en árbol, a ver por qué el aéreo Sánchez no va a poder gobernar España sin bajarse del Falcon. El suelo es para los mortales, y los escaños están sobrevalorados cuando te descubres en la foto ayer con Trudeau, hoy con Trump y mañana en Cuba. No está nada mal para un concejal ágrafo reconvertido en un laboratorio de Industria al que, como susurra un diputado susanista, «se le nota que nunca tuvo que hablar demasiado para ligar». Para qué dar explicaciones si puedes volar gratis.
De quien sí esperábamos palabras -aunque no tan desinhibidas como las que se pronuncian a los postres de una mariscada pagada por Villarejo– es de Dolores Delgado. Salió Adriana Lastra del pleno para escoltarla por entre la nube de reporteros insolentes hasta la bancada ministerial. Le aguardaba Rafa Hernando: «Usted es el paradigma de la mentira. Usted es un zombi. No siga llenando la democracia de oprobio. Váyase». Pero a Delgado le ha dicho Sánchez que aguante, que él quiere seguir volando como mínimo hasta 2020. Así que Delgado obvió el nombre que no debe ser nombrado, respiró las alusiones a la cloaca como si caminara descalza sobre capullos de azucena y aguantó como aguantan las fiscales a las que no les gustan las nenazas. Veremos cuánto dura, porque Iglesias sigue apretando, y una pinza entre Hernando e Iglesias tiene que ser insoportable.