
Suecos haciéndose los suecos.
De Suecia llega el son de cuernos vikingos llamando al repliegue de la tribu para lanzar el contraataque sobre el extranjero. El auge continental de la derecha identitaria parece más escandaloso en la cuna de la socialdemocracia, donde he visto parejas de impecable compromiso igualitario, en las que no se sabía si era más guapo él o ella ni dónde empezaba su voluntad y acababa la de papá Estado, Odín redistributivo que vela por su rubio futuro.
Hay quien explica el agotamiento del orden socioliberal de posguerra por razones generacionales: los nuevos votantes no están curados de espanto nazi ni temen el voto radical porque toda su imaginación para la distopía se agota en Netflix. Otros apuntan al tedio como motor de la existencia humana, corolario de una prosperidad inaguantable que nos remite a la habitación de Pascal, de la que siempre sale el hombre en busca de su ruina. Que el confort puede ser un infierno lo saben los solicitados camellos de los pijos y la sarcástica guía rusa que en San Petersburgo me encarecía los 100.000 obreros sacrificados por Pedro el Grande en la edificación de su maravillosa ciudad, mientras atribuía la elevada tasa sueca de suicidios a la falta de retos. «Los rusos no nos suicidamos tanto: lo tenemos todo por hacer».
Encontré en una revista tecnica de aviación que juro que nunca entraba en mis propósitos explorar un analisis -una ‘reduccción’, si quieren un término latino que nos aproxime al significado- del papel de la aviación danesa en los bombardeos de Libia. Olvidense de leyendas hiperboreas y de la costra hippie que pervade Copenhague, Un analisis que muestra que cuentan los que cuentan, y a los demás que espabilen o que les parta un drón. Lo de las leyendas me sugiere una vista de la Bergmann cuando eran poquitas las meridionales con rasgos tan correctos Y naturales. Imagino que no echaria de menos un pais donde a las mujeres con gafas se las esterilizaba o a los nazis se les trataba con cierta abyecta reverencia,