
De la limusina a ídolo del pueblo sin pisar el suelo.
A su rubia majestad Donald Trump (D. T.) no le gusta Sadiq Khan, el alcalde musulmán de Londres, quizá porque no logra juzgarlo como alcalde sino sólo como musulmán. Pero no es don Donald tan rubio como para expresar su prejuicio abiertamente, y por eso recurre a un entrañable sofisma:
-¡Al menos siete muertos y 48 heridos en un ataque terrorista y el alcalde de Londres dice que «no hay razón para alarmarse»!
Donde la relación causa-efecto ha sido tergiversada para presentar a Khan como un frívolo, o peor, como un cómplice espiritual inconfeso de los terroristas. La verdad, o sea, el hecho previo a la posverdad descrita en el tuit, obliga a reconocer que los llamamientos de Khan a la calma no obedecían al comprensible pánico desatado por los ataques, sino al despliegue policial con que el propio alcalde reaccionó al terror yihadista. La clase de reacción de cualquier gobernante responsable en parecida tesitura, rece a Alá, a Dios o a Richard Dawkins: contestar a la amenaza aumentando la seguridad y al mismo tiempo explicar la medida extraordinaria a la población, a la que se toma por adulta.