Archivo mensual: julio 2017

Zurda fobia a España

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Duelo de soberanías con Despeñaperros al fondo.

Entre Pedro y Susana ha estallado la paz, y lo sentimos. Su pelea era la última esperanza que nos quedaba de limitar algún día el número de naciones que contiene España. Ahora proliferarán las soberanías al norte de Despeñaperros, cada una con su hecho diferencial y su identidad histórica, que es la manera genial que ha encontrado Sánchez de llenar la España vacía. A falta de individuos físicos, la va a petar de espectros nacionales. Cada mañana los españoles actualizaremos en el teléfono el diseño territorial del Estado, igual que consultamos la previsión meteorológica, más que nada para no invadir a nadie sin querer al salirnos de la M-50.

A la amenazada especie del socialista ilustrado -ese lince ibérico atropellado una y otra vez por el sanchismo- le frustra la degradación de su vieja sigla. Por eso se va Madina. Pero antes de derramar lágrimas socialdemócratas debería preguntarse por el momento exacto en que empezó a joderse el PSOE, vencido hoy bajo el peso de una letal hispanofobia que se remonta -como explica María Elvira Roca– a la traición de los afrancesados, ganados por rencor o por dinero para la causa extranjera de la leyenda negra. A Pedro Sánchez no le cabe siquiera el mérito de resultar original o decisivo en el natural progreso de ese daño; lo único que él ha descubierto es una capa desconocida de dureza en el rostro vulgar del trepa ibérico.

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31 julio, 2017 · 8:43

‘Despacito’: una aproximación

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Fonsi, nuestro Garcilaso.

Cada época tiene sus himnos y la nuestra se merece ‘Despacito’. No imagino a don Julio Caro Baroja despreciando una expresión etnográfica tan elocuente como el tema de Luis Fonsi, así que lo analizaremos con la seriedad que el género demanda desde que Pitbull, ya tú sabe, confesó la influencia de Cortázar y Neruda. Veamos.

Tras un proemio onomatopéyico -«ay, oh, diridiri»- cuya función es puramente fática, la primera estrofa introduce una fórmula ritual de cortejo: «Sí, sabes que ya llevo un rato mirándote. Tengo que bailar contigo hoy. Vi que tu mirada ya estaba llamándome. Muéstrame el camino que yo voy». El macho experimenta una atracción inequívoca por la hembra, pero no la reconoce en sus términos sexuales. Opera aquí un desplazamiento metafórico que ennoblece las pulsiones meramente biológicas del trovador, pues la canción ya funcionaba como refinamiento del instinto reproductivo en la lírica provenzal. El reparto de roles figurados para ella (imán) y él (metal) acaso incurra en un patrón heteropatriarcal que reserva al macho el papel activo, siendo así que existen numerosas damas de hierro y varones no poco magnéticos. Pero el poeta no tiene tiempo para academicismos y proyecta sus versos en la misma dirección que su deseo: «Me voy acercando y voy armando el plan. Solo con pensarlo se acelera el pulso». En fútbol llamamos a esto verticalidad. Los sentidos se excitan, pero Fonsi acusa su pertenencia a la tradición judeocristiana y lucha contra la culpa invocando la venia generosa de Venus: «Esto hay que tomarlo sin ningún apuro».

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Último tiroteo de la temporada en La Linterna de COPE. El bueno (Rajoy), el feo (Rajoy) y el malo (Rajoy)

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28 julio, 2017 · 19:30

Ningún significado ninguno

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Mariano Benítez de Lugo, un personaje de Buñuel.

El día en que su presidente acudió a prestar declaración, España se levantó -como suele- partida en dos mitades: una estaba de veraneo y la otra tricotando al pie de la guillotina, que para eso la justicia ahora se echa por televisión. Se trata de dos formas españolas del placer, el asueto y el escarnio, y como tales presentan el inconveniente de lo efímero. Cuando Rajoy se levantó del aseado pupitre que le habían preparado sobre la tarima en atención a sus institucionales encantos y salió disparado hacia el garaje, los españoles se miraron con estupor e incluso con un punto de tristeza poscoital: ¿Ya ha terminado? ¿Y eso es todo?

Pues era todo, sí. Al menos hasta que se juzgue la causa de los papeles de Bárcenas y vuelvan a llamar al presidente, que para entonces debería haber labrado, a modo de escudo heráldico y paradoja mnemotécnica, una flor de adormidera sobre la mesa del pupitre. No me acuerdo, hasta donde yo sé, sinceramente no lo recuerdo, y así. Pero eso fue en el segundo tiempo del partido, frente al sobrio y técnico Virgilio Latorre, quien demostró que el Derecho es más eficaz que la ideología para incomodar a alguien como Mariano Rajoy. Atacó su flanco más débil, que es la naturaleza y alcance de su relación con Bárcenas y con Correa. Pero Latorre no lo hizo con latiguillos de tertulia sino mediante documentos pertinentes. Y entonces el testigo hubo de refugiarse en la evasiva y en la amnesia.

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27 julio, 2017 · 10:57

Salvad a las benditas cucarachas

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Firma invitada.

Dicen que la genética acabará consumando nuestro anhelo de perfección. Que la ciencia avanzará tanto trecho que los hombres no envejecerán, ni los niños nacerán con los ojos marrones si sus padres los prefieren azules, ni los estudiantes deberán esforzarse para aprender porque máquinas serviciales lo sabrán todo por ellos. Que ningún narciso tendrá ya que preocuparse de filtrar sus autofotos porque, se mire como se mire, saldrá siempre guapísimo.

Dicen incluso que los nuevos algoritmos son capaces de redactar noticias mejor que cualquier falible becario. Y un día, quizá pronto, la inteligencia artificial escribirá columnas de opinión. Y las escribirá tan ponderadas e ignífugas, tan acompasadas a la fenomenal marcha del planeta que ninguna red arderá con ellas, ni el trol más esquinado podrá satisfacer con la madre del autor su triste piromanía. El progreso terminará por abolir la historia como trata de cancelar la enfermedad, y ya no sufriremos por amor, porque solo se ama lo imperfecto, y ya nunca más nos inquietará el futuro, porque el tiempo habrá sido detenido. La ternura, como la información, serán anacronismos.

Me pregunto si incluso entonces llegará el día en que el periodismo se vuelva innecesario. Si extinguidas las malas noticias –las únicas que merecen un lugar en la portada–, un provecto nativo digital, nostálgico del Twitter y del Facebook de su adolescencia, apagará la luz de la última redacción y echará el cierre, como aquellos copistas medievales que mentaban entre dientes el desaprensivo ingenio de Juan Gutenberg.

Imaginaos que los periodistas dejaran de existir no por la cicatería de los clientes, ni por el colapso final del hábito lector –que requiere una concentración tan demodé–, sino porque dejaran de existir las propias noticias. ¡Qué magnífica noticia sería que el progreso volviera superfluo el periodismo! Claro que alguien tendría que dar la noticia del fin de las noticias, y de las opiniones que se nutren de las noticias. Seguramente un periodista coriáceo como las cucarachas –alguien feo, un superviviente del holocausto de belleza que se nos viene encima–, uno que aprendió que los hombres mienten y se dañan a veces sin obtener nada cambio.

Yo, señores, nunca me sentí periodista. Me gustaban demasiado las palabras y sus filos –«la travesura suficiente para lastimar vanidades», diría Wenceslao– como para cumplir con honor la promesa de objetividad del oficio. Pero ahora sé que no he querido ser otra cosa en mi vida que uno de esos escritores de ABC que inspiraban a don Torcuato, al decir de Azorín, «el respeto al desenvolvimiento de su personalidad y la defensa tenaz del redactor combatido injustamente». Porque a los redactores se les sigue combatiendo injustamente. A los frentes clásicos de la política y la empresa se les ha venido a unir la grillera totalitaria de los ofendidos, que censura mejor que ningún palco. Si algún crédito asiste a los apocalípticos lo concede la rabia digital que no tolera la idea, ni el valor, ni el nombre, ni el salario debido a la faena. Me importa muy poco si escribiremos en papel o en grafeno. Me importa solo que perdure en la cima un puñado de humanistas que respete a sus escritores de periódicos –más cuando son atrabiliarios, punzantes, imperfectos– como a la última estirpe de libertad que va a quedar sobre la faz de la tierra.

(Publicado en los diarios de Vocento, incluyendo ABC, el martes 25 de julio de 2017)

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26 julio, 2017 · 14:14

Poesía y contabilidad

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Gil de Biedma, poeta catalán y español.

Que la independencia iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde. Como todos los indepes, yo vine a llevarme el Estado por delante. Estos versos habrá de repetirse dentro de unos años, desde el áspero regazo de la madre de todas las resacas, el crédulo culpable del Procés; ese populismo con lindes que le robó el corazón solo hasta el instante exacto en que amenazó con tocarle el bolsillo. Vendrán entonces tiempos buenos para la lírica del género elegíaco: quisimos dejar huella, marcharnos de España entre aplausos, aunque ya entonces sospechábamos las dimensiones del teatro. Fue una obra total, rememorarán los nostálgicos: nosotros escribíamos el guion, nosotros lo representábamos y nosotros nos aplaudíamos a nosotros mismos. Pero al final asomó la insoportable verdad: la producción corría a cargo del FLA. Es decir, del propio Estado, que un día decidió bajar el telón.

Harán falta las mejores plumas de la narrativa barretinera para presentar a las futuras generaciones un relato tolerable de semejante ridículo. El censurado Morán revelaba en su artículo el pensamiento inconfesable que circula estos días entre los guionistas de la farsa: «Solo un muerto salvaría a Cataluña». Y así es. Lo que eleva una opereta bufa a la categoría de drama épico es la intervención del hecho trágico. Pero qué tanque vas a mandar contra un Turull, por el amor de Dios. No merecen ni aquel madrugón en Perejil. Basta, y sobra, un pelotón de contables, como dice Ignacio Camacho.

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26 julio, 2017 · 14:08

Dos entrevistas

jorge-bustos-en-zendaSOBRE JORGE BUSTOS Y LA HIJA DE LOS CLUTTER

Hay poco pudor en las páginas de este libro, bastante poco. Será porque nadie en su sano juicio querría releerse en voz alta o enseñar fotos suyas, de niño, abrazado a un osito de felpa. Y algo de eso tiene Crónicas biliares, el libro que Jorge Bustos acaba de publicar con Círculo de Tiza. Pero bueno, es él. Que Jorge Bustos es un arrogante es algo que hasta él admite de buena gana. Alguien a quien sus arrebatos de prosista le pueden y que sin embargo sobrevive al exceso de confianza por su capacidad de hacer humanismo a contrarreloj: desde hablar de la alineación de Zidane hasta revisitar las fábulas de Esopo. Y eso, a su manera, adjetiva, explica y hasta redime.

Leo a Jorge Bustos desde mucho antes de su fichaje como columnista de El Mundo,  y lo hago sólo para estar en desacuerdo con él. Algo así como una terapia con sanguijuelas. Esa forma rara de empatía que pueden entablar quienes se llevan la contraria. He llegado incluso a pensar que la discrepancia se ha convertido en una secreta amistad y una modalidad respeto. ¡Jorge, por Dios!, exclamo ante el papel poroso de sus glosas futboleras de los lunes y qué decir de sus opiniones sobre asuntos tan variados que abarcan desde los vestidos de la Pedroche en año nuevo hasta las mociones de censura. ¡Jorge, por Dios!, digo llevándome la mano a la coronilla. Pero regreso, siempre regreso. Y esa es la razón de este encuentro.

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Afilada entrevista me hace aquí, a partir del minuto 15, Cristina López Schlichting en COPE

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23 julio, 2017 · 17:25

Dalí profanado

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Obra sin título.

Cada mañana se levantaba experimentando la exquisita alegría de ser Salvador Dalí y se preguntaba: «¿Qué cosas maravillosas logrará hoy Salvador Dalí?». El pintor de Figueras fue un genio porque se propuso serlo con determinación absoluta, y se labró su propia genialidad pintando tetas voladoras y calzándose chaquetas adornadas con chupitos de pippermint. Pero desde que murió, Dalí ya no puede levantarse entusiasmado consigo mismo, lo cual no quiere decir que su obra haya quedado interrumpida: únicamente se tumbó a esperar a que nuestra pertinaz necrofilia terminase el trabajo. Finalmente el surrealismo daliniano alumbró ayer su obra maestra, que no fue la muerte del genio, como el mismo Dalí pensaba, sino su resurrección por orden del juez para acreditar una paternidad póstuma. El círculo creativo del ácido desoxirribonucleico ha sido cerrado.

La rareza de Dalí no consiste en su arte sino en su optimismo, que es voluntad proyectada al futuro. Si en España la genialidad escasea es porque se resiste a abandonar su idiosincrásico fatalismo, que es voluntad encadenada al pasado. La política regala ejemplos a diario. ¿Pacto educativo, reforma de las pensiones, modelo fiscal? ¿A quién le importan las ilusiones de la próxima generación si movilizan más las penas de las generaciones perdidas? Aquí la memoria histórica no es un precepto compartido sino una parafilia grupal. La Transición no se acaba nunca, para impugnarla o para extenderla hasta Doña Leonor. Franco es una presencia cada día más amenazante, hasta el punto de que don Lambán se ha visto obligado a arbitrar sanciones millonarias para contener las riadas de fascistas que bajan por el Ebro cantando el Cara al sol. Los callejeros se renombran obsesivamente. Las mociones de censura se dirigen contra Cánovas del Castillo. Las comisiones de investigación se remontan a las meriendas de Fraga, y se reclaman otras nuevas para revivir la dulce guerrilla urbana cuando lo de Irak o para adjudicar nuevas culpas por el accidente de Angrois. Ni siquiera el suicidio de Blesa extingue la fruición justiciera del español estafado, que desearía hacer con su cadáver lo que Twain con el de Jane Austen: desenterrarlo y golpearle el cráneo con su propia tibia. La muerte en España nunca muere: es como el semen de Dalí, que engendra demandantes después de enterrado. El mismo semen que el adolescente Salvador metió en un bote y envió a su padre con este mensaje: «Ahora no te debo nada». Admirable ejercicio de emancipación liberal que, en el solar de papá Estado, singulariza más al artista que sus asnos podridos y sus relojes licuados.

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21 julio, 2017 · 12:34

La gélida Lagarde

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FMI: el mundo nunca es suficiente.

Se pasa uno los días pontificando contra el populismo. Advirtiendo de su tramposa estrategia de confrontación entre pueblo virtuoso y elite perversa. Discutiéndole la propiedad política de los sentimientos -no hay emoción superior a la libertad-, condenando su resentimiento fratricida y sometiendo sus apocalípticos diagnósticos al desmentido cotidiano de la cuarta economía del euro. Y llega doña Lagarde, del Fondo Monetario Internacional, se chupa su gélido dedo, lo levanta al viento y sentencia: «El momento populista ha pasado. Ya pueden proceder a congelar las pensiones y fomentar la privatización».

Si doña Lagarde se piensa que la victoria de Macron cierra el ciclo en que vivimos peligrosamente es que no se ha enterado de nada; trastorno autista, por lo demás, de lo más prevalente entre los culos afelpados del FMI. Es justamente ahora cuando la democracia liberal bienestarista se la juega porque, como enseña Escohotado -que ha escrito la historia entera del anticapitalismo-, las revoluciones se hacen siempre en tiempos de prosperidad: no en las crisis sino al salir de ellas, porque unos salen mejor que otros, que es lo que indigna.

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Una entrevista de Carlos Barragán donde prescindo un poco del pudor

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19 julio, 2017 · 13:05