
El cristal de la Fundéu.
Sobre la mampara de cristal de la sala de reuniones de la Fundéu están pintadas las cuatro últimas palabras del año. En 2013 fue escrache, en 2014 selfie, en 2015 refugiado y en 2016 populismo. Realmente están bien elegidas: leídas una detrás de la otra describen la parábola espiritual de la época. Sintetizan el reciente devenir de nuestro mundo -ese en el que lo real coincide con lo escrito: lo que no se publica no existe- a través de los respectivos movimientos del alma: la ira, la vanidad y la compasión. Lo curioso es que la suma de esas tres pasiones da como resultado la cuarta palabra: populismo. Que es, efectivamente, el estado de ánimo propio del narciso cabreado por la pena que siente de sí mismo.
La Fundéu no tiene por misión crear el lenguaje -y por tanto la realidad- sino registrarlo y sancionarlo. Pero a menudo se dirigen a ella españoles cabreados (valga el pleonasmo) para exigirle que prohíba determinada expresión machista o que imponga tal otra fraseología inclusiva. Prohibir e imponer son dos aficiones entrañables de este pueblo de poetas que no aspira a comunicar el mundo sino a inaugurarlo. Porque de eso trata la buena poesía, cuya raíz nace de un verbo griego, poiein, que no significa decir, o versificar, sino justamente hacer.