
Héroe, pero humano.
El peligro de afirmar que Ignacio Echeverría es un héroe consiste en que lo aleja demasiado de nosotros, los comunes. Héroe lo llama la izquierda y héroe la derecha, y esa rara unanimidad española quizá no responda sin más a la admiración que cosechan los seres extraordinarios, sino también al deseo inconfesable de exculpar la cobardía de los demás. Ante el hombre que lleva a cabo una acción heroica decimos: «Es que es un héroe». Y nos quedamos más tranquilos: nosotros ya no tenemos por qué serlo porque no estamos hechos de la misma pasta.
Pero Ignacio no es un héroe porque estuviera labrado en madera noble, porque naciera bueno o recibiera una educación esmerada. Todo eso facilita la excelencia moral, pero no es suficiente para enfrentarse a tres yihadistas armado de un monopatín y unos cojones como los de un victorino, si se me tolera el despatarre. El heroísmo indefectible, ese que se supone que resulta necesariamente de la suma de genética, virtud y valor, ya no sería heroísmo. La ecuación áurea requiere todavía de otras dos variables más: la libertad y la razón. Un héroe es alguien que, aun en décimas de segundo, toma libre y conscientemente la decisión de contradecir el primer instinto del animal humano, que como en cualquier otro animal es sobrevivir, por preferir la supervivencia de otro.