
Che Guevara de botijo y alpargata.
Llevaba un tiempo Podemos sin hacer eso que llaman marcar la actualidad, o sea, hablarle a un leño, montarle una cacería tuitera a un periodista crítico, beberse una pepsi en lugar de una maléfica coca cola o dejar sin aplauso parlamentario a un invitado del Gobierno. Nueva política, o sea. Así que don Iglesias se puso a cavilar cómo recuperar la iniciativa, toda vez que la opinión de Errejón cría telarañas en el gallinero y que el feminismo de Irene no da para más. Necesitaba algo contundente y entonces pensó en Bódalo, cuya contundencia no admite dudas desde que quedó avalada por los tribunales.
Que Pablo Iglesias se baje al penal de Jaén a saludar a un camarada es un plan de finde tan plausible como llevar flores a la tumba de tus deudos. Más discutible nos parece que pretenda convertir al preso en el Gramsci del 78, un titán de la lucha de clases que estaría en el trullo «por hacer sindicalismo» y no por tener la mano tan larga al menos como su intestino. Al concejal de Jaén en Común, terror de las confiterías más que de los latifundios -sus asaltos a supermercados siempre nos infundieron la sospecha de que planeaba merendar gratis-, no solo le separa del autor de los Cuadernos de la cárcel un cuerpo mejor alimentado, sino sobre todo una mente trágicamente desnutrida. La que le susurra que la justicia social se alcanza a hostias. La última la recibió un concejal socialista, pero ya acumulaba tres condenas por destrozar una heladería de Úbeda donde despachaba una mujer embarazada, por agredir a varios policías durante un asalto a la Consejería de Agricultura y por zurrar a un discrepante durante un acto de Amaiur.
¿Recordará ud aquel escritor peruano que comento la semejanza de Chaves, el protopopulista, y Cantinflas? Regalando petróleo a una de las comunidades más ricas de los Estados Unidos, sí señor. Parece que hubiera extendido -él o quienes manejasen sus hilos, que nos gustaría saber exactamente quienes son- sus franquicias por todo el mundo, sierra de Cazorla incluida. Me recuerda el caso del médico cubano al final del camino que aparece en la estupenda ‘La casa y la isla’ de Norberto Menéndez ¿Es eso lo que queréis, romeros?