
Solo un futbolista.
Francia ha degenerado tanto desde los campos de Austerlitz que ha decidido apartar a Benzema de los campos de juego. Pero qué puede hacer el pobre Deschamps si su primer ministro, en plena campaña marcial, le hace la alineación en la radio. O más bien se la deshace con argumento moralizante. Cuanto más turbios son los negocios que la industria del fútbol oculta, más insistencia pone en publicitarse como sonrosada escuela de valores, y llegará pronto el día en que los entrenadores reciban el once cada domingo no de presidentes cesaristas sino de las oenegés más sensibilizadas y sensibilizadoras.
El clímax farisaico se producirá cuando cada jugador luzca un lacito diferente en la pechera, tras observar 45 minutos de silencio por todo el dolor del mundo, mientras en un despacho Villar negocia un mundial en Pyongyang. Aunque yo no veo a don Vicente dándose por enterado si don Mariano hubiera discutido el sentimiento español de Piqué en los micrófonos de la COPE. Podrá ser marqués, pero él no es una fábrica de independentistas. Ni de tiquitaca ya tampoco, la verdad.
El caso es que, dadas las circunstancias y sin que sirva de precedente, el Real Madrid será a partir de ahora la nación de Karim en tanto la otra enmienda su exceso. Y decimos sin que sirva de precedente porque el Madrid es un club reñido con nacionalismos y de vocación universal desde Bernabéu, el visionario que se atrevió a soñarlo a lo grande trascendiendo identidades urbanas, regionales, ideológicas. El de Chamartín nunca aspiró a ser más que un club, ni un ejército desarmado de su autonomía, sino a ser el mejor equipo de fútbol del planeta, nada más. No siendo objetivo modesto, en el XX se consiguió.