
Inconciliables.
La legislatura comenzó con don Mariano sobreviviendo entre las ruinas del bipartidismo, y termina con Sánchez braceando bajo los ojos impasibles del separatismo. Se declara la guerra total entre cinco partidos nacionales condicionados por su posición en la ruleta del casino D’ Hondt, donde nacionalistas catalanes y vascos hacen de banca: siempre ganan.
El Resistente subió a la tribuna con su mejor traje de estadista, citó a Churchill -chupito-, se lamentó de la intransigencia que afea este valle de lágrimas y continuó mintiendo como si lo fueran a prohibir por decreto ley. Cargó contra el influjo de la ultraderecha en los partidos institucionales, en clara alusión a PP y Cs con Vox, pero olvidando estratégicamente al «Le Pen español» que le hizo presidente, le tumbó los Presupuestos y le volverá a abrir la puerta de Moncloa si salen los números y a Torra le conviene. Deploró «la simplicidad de la soluciones binarias: un sí o un no», en la esperanza de que nadie le recuerde aquel «no es no» con el que bloqueó España. Reivindicó «la labor parlamentaria»; hablaba el recordman del decretazo que, con las Cortes disueltas, planea descargar la última palada de decretos demagógicos sobre las espaldas de la Diputación Permanente para hurtar a la oposición cualquier posibilidad de debate. Presumió de diplomacia en Gibraltar, momento en que resonaron las carcajadas de May y la presidenta lituana. Se arrogó el liderazgo europeo del reconocimiento a Guaidó, cuando tardó 12 días en hacer lo que Tajani reclamaba desde la tarde del juramento. Y presumió de una regeneración que solo cumplieron el pobre Màxim y la pardilla Montón; a los sucesivos titulares de sociedades instrumentales del Gobierno se les aplicó la doctrina Pepu –Pepo, diría Celaá-, por la cual regenerar tiene un límite y el que resiste gana.
Me parece que el segundo párrafo apunta y agota a todo el argumentario del candidato socialista sin florituras ni alqueridoyrespetable. Ahora que el personal quiera entender. Fibroso, como me gusta.