Consumistas del mundo

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Empoderamiento.

No hace falta ser comunista para reconocer la tristeza de un centro comercial abarrotado. Heredé de mi padre una paralizante aversión a esa siniestra actividad que llaman ir de compras, y cuando la necesidad o la navidad me empujan al interior de una tienda -donde el arte de la emboscada alcanza su máximo refinamiento- no me relajo hasta que piso la calle, a menudo de vacío. Pero los que detestamos los excesos de la sociedad de consumo debemos recordar que solo viviendo en una sociedad de consumo podemos detestar sus excesos. En Caracas nadie escribe sesudos artículos contra la obscena abundancia de los estantes de los comercios. Se escriben aquí, donde el remilgo ideológico nace del empacho físico.

No todo el mundo puede matar la ansiedad leyendo Parerga y Paralipómena de Schopenhauer y deducir con él la inutilidad del deseo humano. Para el resto de la especie se inventó el libre comercio, que como saben Smith y Escohotado encuentra a sus enemigos entre los devotos y a sus apóstoles entre los egoístas. Sí, la libertad también muere cuando al consumista lo esclaviza su pasión, pero la lucha contra el consumismo ha de ser individual. Parece prehistórico invocar virtudes personales a estas alturas de secularización en Occidente -y de compensatoria divinización de las identidades colectivas en pie de guerra cultural, que son nuestras guerras de religión-, pero no se me ocurre otro modo de diferenciar al falso mesías del héroe moral: el segundo predica con el ejemplo, mientras que al primero le delata su voluntad de cambiar exclusivamente a los demás. Todos los revolucionarios violentos pertenecen a este grupo, el de los farsantes, porque no se hacen revoluciones para asumir responsabilidades individuales sino precisamente para escapar de ellas. Para ahogar la insidiosa voz de la conciencia en el tumulto embriagador. Para renunciar a la propiedad privada… del vecino.

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1 comentario

25 noviembre, 2018 · 22:18

Una respuesta a “Consumistas del mundo

  1. este no es mi sitio

    Si tu padre hubiese tenido que hacer una o tres veces por semana la incursión en el circo de pulgas que es el hipermercado del barrio seguro que le habría salido callo. Más específicamente este viernes negro resulta que viene indicado para preparar el potlach de año nuevo que hace ilusión a la gente menuda (a los otros, agua y jabón), con lo cual acudimos diligentes a la perfumería habitual que, curiosamente, está llena de chinas -chinos también, pero tienen la misma expresión compungida de sus colegas locales- tirando la casa por la ventana, contando sus fajos de cincuentas como odaliscas de alguna ciudad de la ruta de la seda. Tienes que esperar por más que te repela, como decía Wittgenstein a propósito de algo parecido.

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