
El príncipe y el mendigo.
Tardaremos años en coser el desgarro institucional que está produciendo el sanchismo, esa agencia de viajes matrimonial con cargo al dinero de los españoles y a los votos de quienes odian serlo. «La cuestión no es que Rufián sea un portero de discoteca carnicero, porque eso ya lo sabíamos, el problema es que el carnicerito abre y cierra la válvula del regulador que te proporciona oxígeno para seguir en La Moncloa». Este whatsapp no me lo manda un diputado de la oposición: me lo manda un diputado que lo fue todo en el PSOE y que sabe que será purgado en las próximas listas. Está condenado al silencio de los corderos y a mí me gustaría que lo rompiera en público, pero al menos él no es como otros susanistas que se rebajan a pelotear a Adriana Lastra en la esperanza de prorrogar su nómina pública. A Lastra, que en vez de salir en defensa de Borrell se apresuró a disculpar al matón de ERC que «tan solo amagó» con escupirle cuando pasó a su lado. Pero claro, Josep tiene su carrera hecha y Adriana es… Adriana.
El pánico a perder el escaño amordaza la voluntad de los culos de carné pero todavía no embota sus inteligencias tanto como para no convenir en la terrible degradación, en la vileza parlamentaria de esta bochornosa hora española en la que solo la ausencia de pistolas nos distancia de los años 30, cuando Pasionaria amenazaba al banco de la oposición directamente con el asesinato. Respecto de eso el escupitajo constituye un progreso, ciertamente. Mejor un zoo de llamas escupidoras que un cementerio.
La suficiencia de los cebones