
«A tu lado vamos todos, catalán. También los extremeños y los andaluces».
Por circunstancias que no vienen al caso, he tenido ocasión de asistir a un curso de reeducación vial. Recomiendo la experiencia a los españoles que estos días se preguntan por la existencia del Estado más allá de Montoro, sea cual sea el número de puntos que milagrosamente hayan sido capaces de conservar. Mi instructor se llama Paco, aunque él prefiere decir formador vial. Otros alumnos se lo imaginan reeducando las pulsiones ultraviolentas de Álex en La naranja mecánica.
En adelante, para mí, el Estado será Paco. Un cincuentón robusto y calvo, afable pero inequívoco, que imparte la materia absolutamente imbuido de la relevancia de su función. Paco explica el significado del rojo, del ámbar y del verde como Unamuno desentrañaría el estadio estético, ético y teológico de la metafísica de Kierkegaard. La ironía no es una opción. Hay vidas en juego. En concreto, las de los 1.800 españoles que cada año abonan los arcenes de las autopistas. En clase analizamos las infinitas maneras que existen de partirse la médula al volante y condenarse uno o condenar a otro a una silla de ruedas vitalicia. Somos 17 alumnos -16 varones, una mujer-, desde ejecutivos trajeados hasta surferos de Tarifa. Paco se ocupa de que ninguno de nosotros, alumnos forzados por la autoridad del Estado a un reaprendizaje que de primeras juzgamos superfluo, fastidioso y recaudatorio, terminemos saliendo a fumar en los descansos con el corazón encogido, silenciosos, contritos como San Agustín.