
Plomo a discreción.
Una expectación digna de mejor causa ponía el patio del Congreso como la acera del Primark a primera hora de la tarde. No cabía un periodista, un senador, un pokemon más. Ni que fueran a investir a alguien. Todos los periodistas anticipamos, salvo conjura romana, el desenlace de esta semana parlamentaria que cursará con gatillazo en dos actos: primera y segunda votación, primer y segundo no del PSOE. Y los que hagan falta, se diría viendo sonreír a don Pedro camino a su escaño, seguido de la también sonriente doña Meritxell. Es la felicidad un poco macabra que nos escala por el estómago cuando nos vengamos.
Y sin embargo allí estábamos todos, pendientes de las palabras del candidato, que colmaron 36 páginas de texto y hora y media de paciencia. Si dura otra hora más, se rumoreaba en los pasillos al finalizar la sesión, gana el sí hasta de Podemos en pura súplica de clemencia. Mariano Rajoy sabe hacerlo mejor, pero no le dio la gana de emplearse a fondo en una intentona condenada de antemano. Su discurso fue deliberadamente plúmbeo, al modo en que aquellos miércoles de mayoría absoluta anestesiaba toda oposición salmodiando datos estadísticos de buena mañana.